Era
el pucherazo otro de los métodos de
manipulación electoral usados principalmente durante el periodo de la
Restauración borbónica para permitir el turnismo,
la alternancia pactada previamente entre el Partido Liberal y el Partido
Conservador, dentro del modelo caciquil de dominación política local (sobre
todo en las zonas rurales y las ciudades pequeñas). Fraude por antonomasia,
para llevar a cabo la maniobra se guardaban papeletas de votación (por ejemplo
en pucheros; de ahí la popular denominación), y se añadían o se sustraían de la
urna electoral a conveniencia para el
resultado deseado (se hizo por los cargos municipales sagastinos de La Pola de Gordón en diciembre de 1880, y también en
las elecciones locales de 1893 en Laguna de Negrillos). Otros métodos
consistían en la colocación de las urnas en lugares de imposible o difícil
acceso para los opositores o el amaño de las votaciones con lázaros (votos de fallecidos que, al
menos sobre el papel, resucitaban como el de los Evangelios) y cuneros (electores que se inscribían
irregularmente en una circunscripción que no les correspondía).
El control sobre los electores de los notables
locales y la corrupción del sistema dificultaba tanto la lucha a los candidatos
de oposición que éstos se retraen y dejan el campo libre a los aspirantes del
gobierno. Eran frecuentes los sobornos, las invenciones para el desprestigio de
los oponentes, las amenazas, los excesos de autoridad, la suplantación de
firmas en las actas del escrutinio, y el ejército de agentes y delegados
gubernativos recorriendo los pueblos en días de elecciones arrancando votos con
dádivas de grano, vino o bacalao, y promesas que nunca se cumplían (el liberal
Pío Gullón Iglesias sellaba en el distrito de Astorga elección tras elección
idénticos compromisos de proveer campanas para iglesias o mazapanes de Toledo
para rifas, y ya en la dictadura de Primo de Rivera se daba “la carnavalada de
recorrer el candidato con su Estado Mayor pueblos a los que se ofrecía a cambio
del voto una escuela, un camino, o un pozo artesiano, meta de sus aspiraciones
desde hacía años, repitiéndose en cada sufragio las mismas peticiones y la
misma oferta sin que jamás se vieran cumplidas tales aspiraciones”). O métodos
más expeditivos: informa el diario leónés El
Campeón el 14 de abril de 1886 de que el juez de La Bañeza puso en libertad
unos días antes de las elecciones últimas a un alcalde procesado por robo en
cuadrilla; también excarceló por entonces a 14 presos, electores muchos de
ellos, parientes y allegados otros de gente con voto. Además, prendió el
viernes antes de la votación al guarda mayor de los montes del duque de Uceda y
al alcalde de barrio de Destriana, que eran amigos del candidato de oposición,
aunque la prisión no fue muy larga, poniéndolos en libertad el día 4 de abril,
domingo, después del escrutinio.
Conseguido
el triunfo, continuaba el engaño electoral con el reparto de prebendas y cargos
entre los adictos y paniaguados y con la aplicación de las temidas cesantías en los empleos públicos, que
se extendían hasta los estanqueros y los peatones
postales y carteros rurales, y a las que, con sorna, se alude a veces en la
prensa bañezana de la época, como se hace en el mensual El Jaleo de marzo de 1914 a cuenta de los cesantes Cástor; el
sereno Vicente García (“Nanín”); Esteban el alguacil; Clemente, Porta y demás,
que se consuelan de abandonar sus empleos, ya que “otros los dejaron antes para
tomarlos nosotros”, como dejarían los suyos de empleados de la cárcel del Partido
Braulio Fernández y Joaquín de la Huerga a primeros de 1916 para ser
sustituidos por Adolfo Aguilar Sieteiglesias y Carlos Gil Casquete al pasar
entonces la alcaldía a manos de Leopoldo de Mata Casado.
Irregularidades se darían también en las elecciones municipales
del 12 de noviembre de 1905 en ambos distritos del ayuntamiento de Santa Elena
de Jamuz y que llevaron a solicitar su nulidad, pues en el primero, el de
Villanueva y Santa Elena, se suspendió la votación sin otro motivo que el temor
del alcalde de que se derrotara su candidatura, y en el segundo, el de Jiménez,
no se habría permitido acceder a los interventores a la mesa electoral ni votar
a algunos electores, extendiendo después el teniente de alcalde el acta en una
taberna y a su conveniencia, hechos que se denuncian ante la Comisión electoral
de la provincia, que da por válidos los comicios y desatiende la reclamación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario