Maestra y niñas de una escuela en La Cabrera en 1934
A la mitad de enero de 1934, a petición de los
maestros (maestra y maestro) regentes de las escuelas unitarias del local de
Severino Hernández Cancelas, se colocan en ellas unos cristales; el arreglo del
retrete ha de hacerlo por su cuenta el arrendador de los locales, que se
dotaban por entonces de estufas y de luz eléctrica, por cuya instalación se
abonaban 77 pesetas al industrial Bernardo Canton Blanco, titular de la compañía
Electra Bañezana.
Manifestaba por entonces el ministro de
Instrucción Pública que el asunto de la calefacción de las escuelas corresponde
a los ayuntamientos (por carecer de ella se habían cerrado en Madrid cinco
grupos escolares), aunque “por una sola vez y sin continuidad” se ocupará de
ello el Estado, que tendrá que rebajar el presupuesto de su departamento al
hacerse cargo de los gastos de calefacción de las escuelas municipales,
cerradas muchas de ellas en España por negarse los ayuntamientos a pagarla. En
La Bañeza en el pleno del 14 de febrero se desechaba la petición de los maestros
encargados de las escuelas unitarias de que se les provea de carbón para las
estufas recién instaladas. Ya se había desestimado una solicitud semejante de
las escuelas graduadas por considerar que el Estado les da consignación para
calefacción (en realidad, se dice, 150 pesetas para todos los gastos de atenciones
y servicios), y se propone la intervención del delegado municipal en el Consejo
local de Primera Enseñanza, el concejal Joaquín Lombó Pollán, y la convocatoria
de una reunión del mismo, cosa difícil dice el delegado (no se reunió ni cuando
en el otoño de 1933 se clausuraron las escuelas), que añade que funciona
irregularmente y manifiesta su deseo de, por ello, dimitir como vocal. Se reconoce
que 30 pesetas es poca cantidad para la calefacción de cada escuela, aunque se
puede contar, se dice, con la gratificación que por la enseñanza de adultos reciben
los maestros.
En la sesión municipal del 18 de abril se
acuerda realizar las obras necesarias en el pavimento de la escuela de
Sacaojos, ya en mal estado bajo el mandato del anterior alcalde, pero que no se
reparó por no dilucidar entonces si las obras correspondían al ayuntamiento
bañezano o a la Junta administrativa de la pedanía. Debió de hacerse aquél
cargo de su estado, “pésimo (según el informe del arquitecto municipal del 13
de junio) tanto en la planta baja como la casa del maestro, por lo que debiera
de construirse otra nueva”, y se acuerda al acabar el mes repararla durante las
vacaciones de verano, ya que no se encontró en el pueblo local adecuado para
sustituirla, ni tampoco a la vivienda del docente. Ya en agosto, dado que el
importe de reparación de la casa-escuela según el proyecto del arquitecto
municipal sería sobre una casa ruinosa, lo que representará perderla, se
acuerda estudiar la conveniencia de construir un edificio de nueva planta,
convocando a tal efecto a la Junta vecinal para ver si tal construcción puede
abordarse, y como las posibilidades y condiciones aportadas no satisfacen a la
corporación bañezana (el pueblo acarrearía y cedería la piedra de sus canteras
y tres árboles para la madera –ya en diciembre dirán hacerse tan solo cargo del
transporte de la piedra-, pero debía ser construida por el ayuntamiento),
después de votarse en el pleno del día 29 se decide esperar a que la construya
el Estado, frente a la desechada alternativa de ser levantada por el municipio,
que satisface a la minoría socialista.
No eran las únicas escuelas en lamentable
estado: por las mismas fechas las de Jiménez de Jamuz, y también las casas-vivienda
de los maestros, estaban en completa ruina, y acordaba la corporación del
ayuntamiento al que la pedanía pertenece vender en pública subasta (con la
urgencia que el caso requiere) un solar municipal bien situado y conocido por
el Pósito y reformar unas y otras con los fondos obtenidos. A otro de los
maestros nacionales en el pueblo se le enviaba con igual premura uno o dos
albañiles que a cuenta del ayuntamiento le recorran y reformen la
casa-habitación. Finalizando el mes de julio los corporativos habían ya
acordado la necesidad de construir nuevas escuelas, y a mediados de septiembre
se aprobaba la cuenta de 300 pesetas por el alquiler en 1932 y 1933 de la
casa-habitación y edificio escuela de niñas de Santa Elena de Jamuz a Manuel de
Blas del Palacio.
A la mitad de julio la
Dirección General de Primera Enseñanza había enviado un aparato de proyección
para las Escuelas Graduadas bañezanas, y se denunciaban por entonces desde el
semanario socialista astorgano El Combate
algunas irregularidades y desatenciones en la primera enseñanza, como eran las
de que en Castrocalbón la maestra no apareciera por su escuela, lo mismo que
hacía la de Soguillos, en Laguna Dalga, y en La Bañeza redujera su dedicación a
ella la maestra que vivía en Astorga y se desplazaba cada día en tren entre las
dos ciudades (se trataba de Tránsito Castro González, la esposa del abogado astorgano
Olegario Combarros)
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por José Cabañas
Del
libro “LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA” (Historia menuda y
minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas – Valduerna, Valdería, vegas
del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras
localidades provinciales -León y Astorga- de 1808 a 1936), recientemente
publicado en Ediciones del Lobo Sapiens por José Cabañas González.
(+ info en www.jiminiegos36.com)
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