jueves, 19 de junio de 2014
La Escuela Nocturna de Acción Católica
José Cruz Cabo
Don Angel se hizo cargo de la parroquia de El Salvador, la única que había entonces en nuestra ciudad, en el año 1943, a los pocos días de fallecer el que fue bastantes años el párroco, Don Lucas Castrillo, de gratísima memoria. Como don Angel no pensaba ocupar la casa parroquial, se le ocurrió montar en ella una escuela nocturna para jóvenes trabajadores, tanto en la enseñanza de las primeras letras, como de perfeccionamiento de las entonces Escuelas Villa, ya que a los catorce años había que dejar la escuela y no se podía entrar antes de los seis, por lo que a Don Angel se le ocurrió la idea de que todos los jóvenes que quisieran estudiar más, lo podrían hacer en la Escuela Nocturna, y para ello habló con varias personas con carrera, para que fueran profesores de la misma. El curso 44-45, comenzó su andadura esta escuela, con varias clases y más de cincuenta jovencitos que después de salir de su trabajo, querían aumentar sus conocimientos. Entre ellos estaba yo. Los primeros años había varios profesores, pero salvo uno de profesión maestro jubilado, los demás eran abogados, directores de bancos y gente muy preparada. No puedo recordar todos los que por allí pasaron, Pero si recuerdo nombres como el de Enrique Alonso Sors, el padre de José Luis Baeza, Rafael Cabo Valenciano, José Marcos de Segovia, Agustín Hoyos, que nos daba clase de matemáticas, y, alcalde desde 1941 al 44 de nuestra ciudad, y fue el que firmó el contrato para poner las aguas corrientes, en el curso 45-46 se reforzó con el juez de primera instancia, que había venido en el verano del 45, a ocupar el puesto de juez en nuestro juzgado, que estaba eb la calle de Astorga, pegando a confecciones Valderas, Francisco Alberto Gutiérrez Moreno.
Uno de los recuerdos que no se me han olvidado, es que a Enrique Alonso Sors, que nos daba literatura, se le ocurrió el año 44, convocar un concurso de redacción, para todos los que ibamos a esta Escuela y cuando finalizaba el curso del año 45, después de haber recogido y leido los trabajos, decidió darme a mí el premio, que consistía en un tomo de las novelas ejemplares de Miguel de Cervantes y yo creo que eso fue lo que me impulsó a escribir y dedicarme al periodismo.
En el año 1947, el Obispo de Astorga, Mérida Pérez, se llevó a Don Angel de Vicario General del Obispado, y lo primero que hizo fue inventarse un semanario para toda la diócesis, titulado “Mi Parroquia”, que todavía hoy sigue vigente, aunque su nombre ahora es “Dia 7”. A finales del 47, vino de párroco de El Salvador, el sacerdote Fracisco Viloria Morán y ocupó la casa parroquial, Otro sacerdote que dejó una gran estela de bondad y caridad, por lo que don Angel habló con del Juez de la Cofradía de la Vera Cruz, que entonces todavía funcionaba, José Marcos de Segovia, y con su permiso se pasaron las clases para el Hospital, pero ya algunos de los profesores, o habían marchado de aquí o habían fallecido, por lo que quedaron dando las clases, Rafael Cabo y Alberto Gutiérrez. Rafael se encargaba de los que sabían leer y escribir poco y Alberto Gutiérrez de los que querían prepararse para optar a oposiciones, en la guardia civil, la policia Nacional, y otros empleos donde no se necesitaban titulos académicos para optar a ellos.
Cuando Don Angel venía por la ciudad, primero de vicario y luego de Obispo auxiliar de Oviedo, siempre se reunía, con Rafael y Alberto para interesarse por la marcha de esta academia, que indudablemente fue una de las mejores cosas que se pudieron hacer para ensanchar la cultura y los conocimientos de muchos jóvenes, que gracias a las enseñanzas recibidas en la misma, consiguieron colocarse y optener un puesto de trabajo para toda la vida.
El año 55 se marchó de nuestra ciudad, Alberto Gutiérrez, ascendido a Magistrado para la audiencia territorial de Coruña, y además la gente ya iba a la escuela con mayor asiduidad, pues hacía unos años que había finalizado el racionamiento, los sueldos de los obreros eran más altos y se comenzó a cobrar las dos pagas extraordinarias en Julio y Navidad, se había creado la Academia para estudiar el bachillerato elemental, y por lo tanto los chicos y chicas se escolarizaron mucho más y aunque se seguía marchando de la Escuela a los catorce años, los que salían o se ponían a trabajar, entonces no faltaba el trabajo, o estudiaban música en la Academia, que entonces la dirigían el solfeo Porfirio Mayo y la banda Claudio González.
Pero durante esos doce años, la Escuela Nocturna de Acción Católica, que se le ocurrió a Don Angel, fue un gran impulso para muchos chavales bañezanos, que gracias a ella, no solo elevaron sus conocimientos sino que además, consiguieron un mejor empleo que si no hubieran estudiado en ella.
42.- El pucherazo electoral
Era
el pucherazo otro de los métodos de
manipulación electoral usados principalmente durante el periodo de la
Restauración borbónica para permitir el turnismo,
la alternancia pactada previamente entre el Partido Liberal y el Partido
Conservador, dentro del modelo caciquil de dominación política local (sobre
todo en las zonas rurales y las ciudades pequeñas). Fraude por antonomasia,
para llevar a cabo la maniobra se guardaban papeletas de votación (por ejemplo
en pucheros; de ahí la popular denominación), y se añadían o se sustraían de la
urna electoral a conveniencia para el
resultado deseado (se hizo por los cargos municipales sagastinos de La Pola de Gordón en diciembre de 1880, y también en
las elecciones locales de 1893 en Laguna de Negrillos). Otros métodos
consistían en la colocación de las urnas en lugares de imposible o difícil
acceso para los opositores o el amaño de las votaciones con lázaros (votos de fallecidos que, al
menos sobre el papel, resucitaban como el de los Evangelios) y cuneros (electores que se inscribían
irregularmente en una circunscripción que no les correspondía).
El control sobre los electores de los notables
locales y la corrupción del sistema dificultaba tanto la lucha a los candidatos
de oposición que éstos se retraen y dejan el campo libre a los aspirantes del
gobierno. Eran frecuentes los sobornos, las invenciones para el desprestigio de
los oponentes, las amenazas, los excesos de autoridad, la suplantación de
firmas en las actas del escrutinio, y el ejército de agentes y delegados
gubernativos recorriendo los pueblos en días de elecciones arrancando votos con
dádivas de grano, vino o bacalao, y promesas que nunca se cumplían (el liberal
Pío Gullón Iglesias sellaba en el distrito de Astorga elección tras elección
idénticos compromisos de proveer campanas para iglesias o mazapanes de Toledo
para rifas, y ya en la dictadura de Primo de Rivera se daba “la carnavalada de
recorrer el candidato con su Estado Mayor pueblos a los que se ofrecía a cambio
del voto una escuela, un camino, o un pozo artesiano, meta de sus aspiraciones
desde hacía años, repitiéndose en cada sufragio las mismas peticiones y la
misma oferta sin que jamás se vieran cumplidas tales aspiraciones”). O métodos
más expeditivos: informa el diario leónés El
Campeón el 14 de abril de 1886 de que el juez de La Bañeza puso en libertad
unos días antes de las elecciones últimas a un alcalde procesado por robo en
cuadrilla; también excarceló por entonces a 14 presos, electores muchos de
ellos, parientes y allegados otros de gente con voto. Además, prendió el
viernes antes de la votación al guarda mayor de los montes del duque de Uceda y
al alcalde de barrio de Destriana, que eran amigos del candidato de oposición,
aunque la prisión no fue muy larga, poniéndolos en libertad el día 4 de abril,
domingo, después del escrutinio.
Conseguido
el triunfo, continuaba el engaño electoral con el reparto de prebendas y cargos
entre los adictos y paniaguados y con la aplicación de las temidas cesantías en los empleos públicos, que
se extendían hasta los estanqueros y los peatones
postales y carteros rurales, y a las que, con sorna, se alude a veces en la
prensa bañezana de la época, como se hace en el mensual El Jaleo de marzo de 1914 a cuenta de los cesantes Cástor; el
sereno Vicente García (“Nanín”); Esteban el alguacil; Clemente, Porta y demás,
que se consuelan de abandonar sus empleos, ya que “otros los dejaron antes para
tomarlos nosotros”, como dejarían los suyos de empleados de la cárcel del Partido
Braulio Fernández y Joaquín de la Huerga a primeros de 1916 para ser
sustituidos por Adolfo Aguilar Sieteiglesias y Carlos Gil Casquete al pasar
entonces la alcaldía a manos de Leopoldo de Mata Casado.
Irregularidades se darían también en las elecciones municipales
del 12 de noviembre de 1905 en ambos distritos del ayuntamiento de Santa Elena
de Jamuz y que llevaron a solicitar su nulidad, pues en el primero, el de
Villanueva y Santa Elena, se suspendió la votación sin otro motivo que el temor
del alcalde de que se derrotara su candidatura, y en el segundo, el de Jiménez,
no se habría permitido acceder a los interventores a la mesa electoral ni votar
a algunos electores, extendiendo después el teniente de alcalde el acta en una
taberna y a su conveniencia, hechos que se denuncian ante la Comisión electoral
de la provincia, que da por válidos los comicios y desatiende la reclamación.
41.- Algunos bandos municipales del verano de 1935.-
A la mitad de julio de 1935 la alcaldía bañezana, presidida por Julio
Fernández de la Poza, emite un bando “contra el uso inmoderado de los aparatos
de radio que por su elevado tono causan molestias al vecindario, máxime algunos
que funcionan a altas horas de la noche”. Por las molestias que causan los
cochecitos destinados a conducir niños por los parajes donde se celebran los
paseos públicos, principalmente los domingos y festivos, se dispone poco
después prohibir dicho tránsito en tales días desde las siete de la tarde en
las aceras o lugares donde se acostumbra celebrar los paseos, castigándose las infracciones de este acuerdo con las sanciones
a que hubiere lugar. Otro bando establece al poco la obligación de los dueños
de inmuebles destinados a vivienda de desinfectarlos cada vez que cambien de
inquilinos, así como hacerlo de las habitaciones del difunto cuando sobrevenga
el fallecimiento de cualquier persona que los ocupe, a cuyo fin el ayuntamiento
facilitará los aparatos con los que ya cuenta, manejados por el practicante
municipal.
Propone en un pleno municipal del inicio de agosto el concejal-gestor Servando
Juárez Prieto (maestro de profesión) la construcción en los terrenos
municipales de la calle Pablo Iglesias de una plaza de abastos “para que puedan
ofrecerse a la venta con más higiene y limpieza los productos de alimentación”;
el edil César Seoanez Romero pretende que para ello se construyan los locales
adosados a la Iglesia de Santa María en la calle de la Verdura, antaño acordados
y de los que ya existe proyecto, y expone el también concejal Tomás Pérez
Benito (comerciante) que “resolver el problema del abastecimiento de aguas debe
ser lo prioritario”, asunto que se estima preferente, y se acuerda realizar
gestiones a dicho fin. También se resuelve publicar un bando y colocar cuanto
antes las señales o discos adecuados a las entradas de la población “para que
los automóviles circulen dentro de ella a velocidad moderada, y las bicicletas
hagan otro tanto, sin que tomen las calles y plazas como lugares para su
entrenamiento”.
Se decide en la sesión del 4 de septiembre remitir escrito a la
Compañía Telefónica Nacional para pedir “que el servicio de teléfono lo hagan
directo desde algunas ciudades de mayor importancia con las que desde esta se
sostiene gran comunicación, pues se da el caso de que para hablar con Benavente
tienen primero que comunicar con varios sitios”, algo que se conseguirá al
inicio de diciembre, cuando se instale hilo telefónico con León (ya en 1913 era
La Bañeza uno de los 16 lugares provinciales con los que se podía comunicar
desde la capital, según aparece entonces en la Guía de la Provincia), Astorga y Ponferrada, después de que se haya
trasladado la solicitud al director técnico de la Compañía y se interese en
aquel asunto ante su vicepresidente desde su nuevo y reciente cargo de
Comisario de los Ferrocarriles de la Zona Centro el bañezano Herminio Fernández
de la Poza, militar acogido desde 1931 a los beneficios del retiro de la
denominada Ley de Azaña, “al que se agradecen esta y otras gestiones
beneficiosas para el vecindario”.
A la mitad de septiembre regresaba de uno de sus frecuentes viajes por
España y el extranjero el alcalde Julio Fernández de la Poza, que en unos días
se haría de nuevo cargo del consistorio. En el pleno del día 25 de aquel mes,
que ya presidiría, se acordaba “adquirir una docena de cestas de alambre para
ser colocadas en la vía pública (a la casa Riviere y Compañía, de Barcelona,
primero media docena a modo de ensayo), para que en ellas puedan depositarse mondas,
papeles y otros efectos que se arrojan en el pavimento de las calles, donde tan
mal efecto producen, dándoles un aspecto grosero y sucio”. Cuando se coloque
aquella “ornamentación moderna de ciudades cultas, atavío industrioso, cestitas
de alambre que penden acá y acullá de los postes escogidos cual nido de
jilgueros pendientes de la enramada”, se dirá en El Adelanto del 7 de diciembre que “el señor alcalde es muy fino, y
que va a Londres muchas veces”, y que se canta la copla que señala que “Bañeza ya no es Bañeza / que es un segundo
Madrid / ¿Quién no ha visto en La Bañeza / las cestas del papelín / que mandó
el señor alcalde / colocar aquí y allí?…”.
Aquella preocupación por la higiene municipal debió de arraigar,
pues en la primavera y el verano de 1936, se hacían estampar en anuncios y
programas como los cinematográficos del Teatro Pérez Alonso textos como este: ¡Atención! No abandone este programa en la
vía pública. Si ha de hacerlo, deposítelo en las cestas destinadas a este fin.
(Ruego de la Autoridad Local).
La Plaza Mayor desde la calle Juan de Mansilla en una imagen de
aquellos años.
40.- ESQUILMADOS POR AMIGOS Y ENEMIGOS.
Desde mediados de mayo de 1808 se notó en Astorga la presencia de
soldados españoles, prófugos y desertores en su mayoría, atendidos por la
población con solícito cuidado y animados a perseverar en la lucha de
liberación del invasor francés recién iniciada. En la ciudad maragata se
constituyó en junio la Junta de la que se invitó a formar parte a los pueblos
del contorno, a los que se alentó a prestar los alojamientos y bagajes
requeridos para sostener la resistencia, como los que suministraron desde el ayuntamiento
bañezano al Ejército de Galicia a su paso en julio de 1808 por la villa, “a la
bajada y a su vuelta al puerto de Manzanal y en los quince días que en ella
permaneció la Tercera División de aquellas tropas”, cuyo resarcimiento por “los
crecidos gastos de leña y aceite ocasionados para aprovisionarlas” reclamaban
sus autoridades (Francisco Lázaro Vélez, secretario municipal, entre ellas) en
octubre del mismo año a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, y
contra las que a su vez pleiteaba entre 1815 y 1819 Domingo de San Juan por los
4.226 reales que le debe el Concejo
de La Bañeza por las fanegas de trigo
que le llevaron de sus paneras para el suministro de las tropas francesas, un ejército
sin intendencia, que avanzaba por ello más rápido y que se mantenía con los
recursos del país conquistado, a cuya población arruinaba además de diezmarla.
Las cargas de sostener la guerra contra el ocupante napoleónico
recayeron en su mayor parte sobre los campesinos y los propietarios, sometidos
a los abusos de todos los contendientes, a los cuales fue preciso aprovisionar
por imperativo de las circunstancias, pues no hacerlo podía suponer la pena
capital para quien se negara. Los víveres, los acantonamientos de soldados, las
requisas y los suministros fueron continuos, junto a otros atropellos y
violencias. Como los obligados que se impusieron a la villa de Castrocalbón y
sus contornos “para sufragar los gastos de la guerra” a finales de febrero y
principios de marzo de 1809, en dos fases, de aprovisionar y remitir a los
almacenes de Astorga diversas cantidades (en fanegas, arrobas o libras) de
trigo, centeno, cebada, legumbres secas, carbón, arroz, paja, 30 bueyes, 60
carneros, y 300 carros de leña seca, o de los que se descubren ahora (en julio
de 2010) numerosos recibos fechados en 1810 y 1812, y evidentemente no
cobrados, del ejército francés en el pueblo de Vecilla de la Vega. Según los
comprobantes o talones fechados en Arrabalde el 24 de septiembre de 1809 y el
10 de enero de 1810, habría recibido “Alberto Fernández, empleado del ramo de
provisiones de la 3ª División, al mando del general don Francisco Ballesteros,
17 arrobas y 22 libras para el consumo de la tropa” en la primera fecha, y en
la segunda “el comandante en Jefe don
José Gamboa de Velasco y Gómez de la Vega, general en Jefe de la 4ª División,
recibió de la Justicia de San Esteban de Nogales, 10 varas de estopa que le
corresponden a este pueblo para la lucha contra los franceses”, a la vez que la
misma autoridad entregaba “al ejército de Astorga en su paso por este lugar en
auxilio y lucha con las tropas francesas 7 cargas y media de centeno”. También se descubrió en los años 20 del pasado siglo
(al parecer, y por lo que cuentan desde la actual dehesa de Hinojo) en las
proximidades del Puente Paulón el cadáver semimomificado de un hombre vestido
con el uniforme de oficial de Dragones del ejército francés, vestigio y
producto seguramente de alguna de las abundantes escaramuzas que por estas
tierras se libraron.
Por aquellos años, los de 1808 a 1812, la ruta Alija de los Melones-La
Bañeza-Astorga era un ir y venir de tropas españolas, inglesas y francesas. Tal
tráfico de gentes en armas necesitó abastecerse de alimentos y pertrechos, y
nuestras poblaciones fueron sometidas a medidas confiscatorias y esquilmadas
con frecuencia de sus granos y dineros y sus moradores de leña, alhajas y
animales, lo que causaba no poco temor, que hacía que, por ejemplo, en 1809 el
cura de Fuente Encalada enterrara en el suelo de la iglesia casi 30.000 reales
para que no se los apropiaran las tropas francesas (que fueron robados, pero
parece que no por los invasores sino por algún avispado feligrés). Todavía en
1846 desde Castrocalbón se reclamaba lo suministrado “en bienes raíces, efectos
y caballerías” (a las tropas españolas en este caso) en distintas épocas de
aquella guerra.
Se observa en el
dibujo el muro destinado a ampliación y que circundó después el cementerio
En el lugar de Jiménez de Jamuz se alojaron durante dos meses soldados
franceses de a caballo que obligaron a las autoridades a entregarles a ellos y
a sus “comisionados para buscar y rapiñar” tanto los de los particulares como
los de la iglesia parroquial. Después, llegada la paz, el párroco de aquella
iglesia “que no era la más necesitada” al decir de los vecinos que recurren en
1817 ante el obispado de Astorga, pretendió que aquéllos y el Concejo le abonasen los cereales y el
metálico requisados antaño por las tropas, para ampliar con ellos el templo
parroquial. Les perdonó la diócesis un tercio de aquella deuda (impuesta y de
terceros) a cambio del acarreo de los materiales para la obra que agrandaría la
iglesia del pueblo, iniciada en el invierno de 1818 con la cimentación que iba
a sustentar el nuevo y mayor templo cuya construcción se proseguiría en años
venideros, lo que no sucedió luego, de modo que, reducidos los destinados a ser
nuevos cimientos a muro circundante de la vieja iglesia, se rellenó años
después aquel recinto (en 1836-1837) para fijar en él definitivamente el
cementerio parroquial después del decreto que en 1832 y para aminorar la mortandad
causada por el cólera prohibió seguir enterrando en las iglesias y demás
recintos sacros (y que originó el nacimiento de las nuevas necrópolis
extramuros de aquellos), el camposanto que estuvo en uso hasta 1932 y que en
1936 sería objeto de litigio con las autoridades municipales republicanas a
cuenta de su deplorable estado.
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