miércoles, 29 de febrero de 2012

Recuerdos musicales de una época de mi vida‏ / Maximino Porfirio Mayo Ramos

José Cruz Cabo
En el año 1944, me puse a estudiar música en la academia de la banda municipal que entonces era el director D. Enrique del Castillo y Jiménez, (Excautivo). A los pocos meses de comenzar a estudiar solfeo, D. Enrique se marchó de La Bañeza y se hicieron cargo de la banda, Claudio Toral y Porfirio Mayo. Claudio dirigía la banda y Porfirio, las clases de solfeo e instrumento. Uno de los días había un alumno que llevaba bastantes días con la misma lección, a pesar de que Mayo se volcaba en hacerle ver como había que leerla, el alumno seguía sin enterarse y un día le dice “Manolo dame la lección”, y éste la da y cuando llega al final de la misma, Mayo le dice, “muy bien Manolo, para mañana la misma”. Al poco tiempo dejó los estudios el muchacho.Mayo siguió dando las clases de solfeo y tocando el saxofón solista en la banda, que dirigía Claudio y si éste no podía lo hacía Mayo. En el año 1946, llegó como director de la banda Don Eloy, que fue el que me sacó para tocar en ella el trombón, que fue el instrumento que toqué hasta abril de 1952, en que marché a la mili y ya no me reintegré, solo quedé de oyenteMayo era el saxofón solista, pero también tocaba en una orquesta de aquellos años que todos ellos eran músicos, tres pertenecieron a la banda y dos no. La Orquesta Brasil, la formaban Benigno González, Porfirio Mayo, ambos tocaban el saxofón, Leandro Cordero, la trompeta, Manuel Miranda, la Batería y Francisco Miranda, el piano. A estos dos últimos les llamaba la gente Minutos, como el café cantante que tenía su padre. Los bañezanos, siempre dispuestos a hacer chistes, cuando hablaban de esta orquesta decían: “En una tarde benigna de mayo, se comieron un cordero, en dos minutos”. Porfirio Mayo, que era como se le conocía en nuestra ciudad, era pintor de profesión y ese trabajo era lo que principalmente le daba de comer, la música era su pasión, pero ningún músico de la banda podía vivir de ello, todos sus componentes vivían de sus profesiones y supongo que ahora pasará lo mismo. Mayo era, sobre todo, un hombre alegre, simpático, siempre de buen humor, siempre dicharachero, con él no había penas, pues siempre tenía una frase oportuna para conseguir hacer sonreir o reir a los que con él conversaban. Recuerdo una noche de domingo, tocando la banda en el templete de la Plaza Mayor, que Don Eloy había dicho que en los conciertos veraniegos en la Plaza, en medio de los bailables, había que meter una zarzuela, para que la gente se fuera acostumbrando a oir música más selecta y, en los ensayos de esa semana anterior, habíamos preparado, la zarzuela “La boda de Luis Alonso”, al comenzar la segunda parte, después del descanso que hacíamos a la mitad, nos pusimos a tocar esta zarzuela, y cual no sería nuestro asombro que comenzaron a silbarnos. Mayo, Eugenio, Matías y otros músicos mayores, se levantaron de las sillas y dijeron que ellos así no tocaban y nos bajamos del templete, en medio de los silbidos de la gente que se cabreó más, al ver que finalizamos la actuación y se quedaban sin bailar. Como saxofonista fue un virtuoso del saxo y sus solos en muchas de las partituras que ponían en el atril, tanto Claudio, como luego Don Eloy, tocaba los solos que le venían en los pentagramas con una perfección maravillosa. Fue uno de los grandes músicos solistas que ha tenido nuestra banda, pues había sido discípulo de Don Potenciano, uno de los directores que mejor escuela y recuerdo dejó en la ciudad, según nos contaban los mayores, a los educandos que entrábamos en la banda.Don Eloy estuvo poco tiempo, ya que en 1951 moría y volvieron Claudio y Mayo a ser los directores de la banda y la academia, Mayo hasta su enfermedad y Claudio hasta su jubilación. Precisamente al morir Don Eloy, Claudio me dijo un día, Pepe, te vendría bien estudiar mas solfeo, pero ahora cantado, y volví a comenzar el solfeo, hasta el último dia de Marzo del 52, porque pocos días después tuve que incorporarme a la mili en Medina del Campo.

viernes, 3 de febrero de 2012

La Sociedad Deportiva Bañezana El primer equipo que vi jugar en La Llanera


José Cruz Cabo. Siendo yo un niño, los partidos de fútbol se jugaban en una explanada que había en el Barrio del Jardín o Convento, cuando aún existían las ruinas del cenobio que hubo en nuestra ciudad, desde 1695 y que desapareció con la ley de Mendizábal, que expropió los bienes de los conventos. Ya en los años 40 se fundó un equipo titular que se denominó Sociedad Deportiva Bañezana y cuyos partidos tenían lugar en La Llanera, entonces perteneciente a Falange Española, y allí fue donde me entró el gusanillo del fútbol. Aquellos partidos contra la Hullera, el Júpiter Leonés, el Astorga, el Banavente y otros, fueron metiéndome el gusano del fútbol que practiqué, pero tuve que dejar por miedo a la tuberculosis. Precisamente hace pocos días se murió en la ciudad maragata, el último de aquellos jugadores que a mí me emocionaron de adolescente, José Delgado, más conocido por Pepe Gaucho. La alineación del mismo solía ser Sines, Antonio Cebolla y Pepe Gaucho, Cubero, Julio Dúviz y Antonio Dúviz, Juanín, Llamas, Seta, Quiñones y Gerardo o Chorras.La Llanera se llenaba de gente para animar a nuestros jugadores, dado que en aquellos años no había otras diversiones más que el baile y el fútbol, además del Pérez Alonso en cine y entre los espectadores más asiduos, cuando estaba en nuestra ciudad, era el sacerdote Luis “Patanín”, que finalizó su sacerdocio en Barcelona. Verle cantar los goles que metía nuestro equipo, era todo un espectáculo, ya que tiraba la teja al alto, el sombrero que entonces usaban los sacerdotes, y algunas veces hasta la pisaba, al no acertar a recogerla cuando caía. Aquellos domingos, en los que jugaban en La Llanera, eran una gran alegría para una gran parte de la ciudad, ya que era una forma de pasar un domingo entretenido y disfrutar del aire, la lluvia y el sol, en aquel campo de fútbol de arena y piedras, ya que la hierba de ahora brillaba por su ausencia, muchos raspones me hice yo, cuando casi al final de los cuarenta, jugué dos campeonatos juveniles en dicho campo.Las grandes paradas de aquel gran portero que fue Sines Aparicio, los magníficos remates de cabeza de Seta, el gran valladar que era Julio Dúviz, que hizo famosa la frase de Lángara, “balón a mí que los arroyo”, la gran calidad de Antonio Dúvid, Cubero y Llamas, la velocidad y los magníficos pases de Juanín, Gerardo o Chorras desde las bandas, la seguridad de Cebolla y Gaucho, todos ellos nos hacían vibrar cuando éramos adolescentes. Eran famosos los abrazos que cuando nuestros jugadores marcaban un gol, se daban Sines y Gaucho. Siempre que la Bañeza marcaba, Pepe Delgado se iba hacia la portería propia y Sines se adelantaba unos metros y se daban un fuerte abrazo. La pasión de los bañezanos de entonces por su equipo era incondicional, pero al mismo tiempo templada, aunque como ahora, había partidos en que los árbitros sacaban a los más ultras de sus casillas y les llamaban de todo, en eso como ahora, nada ha cambiado. Iban muy pocas mujeres al campo en aquellos años en que la mujer donde mejor estaba era en casa, pero no podemos olvidarnos en aquellos años de tres incondicionales, como eran Candelas, forofa del Atlétic de Bilbao y Matilde y María, que lo eran del Real Madrid, ya que estas tres mujeres y quizá alguna más que no recuerdo, pero de todas formas pocas, no se perdían un partido del equipo titular de entonces y luego siguieron acudiendo hasta casi su muerte con La Bañeza Fútbol Club. Las vallas de separación del público y el campo de juego eran de madera, que había que arreglar cada poco, porque los aficionados con su euforia o su cabreo, terminaban derribándolas o rompiendo parte de las mismas. Era una época de pobreza, de frío o de calor, que no se podía quitar cuando llegabas a casa, pues aquellos braseros de picón, solo calentaban los pies y la espalda se quedaba helada, por eso cuando a finales de los años cuarenta, comenzaron los cines El California y el Salamanca a funcionar, la gente, sobre todo la trabajadora, iba a calentar al cine, porque era donde únicamente encontraban calefacción.