Se dieron a lo largo de las pasadas centurias,
además de la ancestral alfarería practicada en Jiménez de Jamuz (también se
asentaron alfareros en Castrocalbón y en La Bañeza, en su barrio de Olleros, en
diferentes tiempos) otras variadas artesanías en la comarca bañezana y en sus
tierras aledañas, ocupando a sus hombres y mujeres y concurriendo a sus
mercados, además de las tradicionales de cuyos productos se surtía la vida
diaria o estacional de sus gentes: la de los zuecos o galochas, la del mimbre de las cestas y
talegas, la del cuero de la guarnicionería y los talabarteros (presente también
en Santa María del Páramo ya desde el siglo XIX en tenerías como la de Froilán
Prieto González y otras), los herreros y herradores componedores en sus fraguas
de las herramientas de labranza, la tan necesaria como laboriosa fabricación de
carros (aún conocimos en nuestra infancia y nuestro pueblo jiminiego el industrioso
“taller de los Marianos”), los hacedores de adobes y tapiales…, y algunas de
ellas, como las de manufactura del chocolate o la confección de mantas y cobertores (apreciados fueron por antonomasia los del Val de San Lorenzo, cuya
artesanía textil goza de raigambre), se expandieron hasta alcanzar extensión y categoría de auténticas y
afamadas industrias.
Chocolateros acreditados hubo en La Bañeza (ya en la Exposición Universal
de Barcelona de 1888 recibían sendos premios por su exquisita elaboración las
mantecadas y chocolates de Hermógenes Blanco, cuya tradición de esmerado buen
hacer pastelero seguirían su hijo y su nieto Conrado); también en
Castrocontrigo desde 1916, y en San Justo y San Román de la Vega (el acomodado
Juan Geijo en el segundo, un aventurero que había hecho
las Américas y tornado a su tierra natal para casarse y montar la fábrica de
chocolates La Montañesa -cuyo edificio todavía se conserva- y que compartía su
amor por la fotografía con su afición a los coches, siendo el primer vecino que
compra en aquel pueblo un automóvil), seguramente algunos procedentes de Astorga, donde “en 1914 se censan en
la ciudad 49 fábricas dedicadas a la preparación del chocolate, alguna de ellas
de las más importantes de España, una saturación que hace emigrar a otros
lugares a muchos chocolateros astorganos, incluso a naciones americanas, expandiendo
el nombre de la ciudad y de la maragatería”, cuyos arrieros propagaron el
complementario trabajo familiar de las faenas del campo y el comercio y
popularidad del elaborado del cacao en la que era ruta habitual de sus desplazamientos
comerciales y acarreos (una empresa de diligencias de
transporte de viajeros que recorrían el noroeste de España en el siglo XIX era
ya de titularidad maragata y tenía su sede en Santiagomillas), ofreciendo sus productos en los
establecimientos comerciales y realizando, para los pudientes, confecciones a
domicilio y al gusto de quienes reclamaban sus servicios (como hacía la viuda de Hermógenes Blanco en los anuncios que en julio de 1916
aparecían en La Crónica, semanario bañezano). Una industria artesanal que no requería,
al parecer, mucho aparataje, pues cuando don Trinidad
Afaba traspasa al inicio de junio de 1934 su fábrica de chocolates “La flor de La
Bañeza” la componían una máquina para elaborarlo movida a brazo, otra para
mondar y limpiar el cacao, un tostador y varios moldes.
Arte muchas veces familiar fue también el de la
fotografía, destacando la rama de los Prieto Ferrero en la que todavía era
villa bañezana cuando mediado el siglo XIX supo de su descubrimiento en Francia
en 1816 por el físico Niépce y por el pintor Mandé Daguerre en 1831, lo que
motivaría que Benito, uno de sus miembros, viaje a aquel país aprendiendo allí
el oficio que unos años después, al regreso a su lugar natal, enseñará a su
hermano Leonardo para montar entre ambos el estudio fotográfico que inauguran
en 1879 y que crea en La Bañeza un negocio fotográfico familiar y una afición
que Leonardo transmite a sus siete hijos, todos conocedores del oficio y tres
de ellos profesionales de la fotografía (Leonardo Prieto Fernández, que continuaría
con el estudio bañezano, y Julio y Gaspar en Ponferrada), dando lugar a cuatro
generaciones ininterrumpidas de fotógrafos que llegan a la época actual
asentados además en Astorga y Benavente. Benito (fallecido en 1944, a los 72
años, “y enterrado en una sepultura procedente de Robledo de la Valduerna”),
por su parte, montó posteriormente –hacia 1880- su propio gabinete fotográfico
en Ribadeo (Lugo, con sucursales en Navia y Luarca) del que derivará una progenie
de artistas en la que destaca su hijo Benito Prieto Coussent (nacido en 1907;
llegaría a estar preso en Tui en 1936 acusado de simpatizar con las izquierdas y
de ayudar a obreros y anarquistas de la villa, en cuyo Instituto era profesor
de dibujo), pintor de celebridad internacional que aprendió de él los secretos
de la luz y la composición, alumno de Julio Romero de Torres y compañero de
Salvador Dalí en la madrileña Academia de San Fernando. Aquel oficio tenía
entonces mucho de ambulante, desplazándose los fotógrafos con sus equipos por
lugares más o menos alejados de sus domicilios, y así encontramos el retrato de
un grupo familiar realizado en 1907 por Leonardo Prieto Ferrero en Villalba de
la Loma, pueblo cercano a Mayorga de Campos, ya en la provincia de Valladolid
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