jueves, 12 de enero de 2017

101.-De Comedias y comediantes.

El origen del teatro en España gira en torno a dos fiestas religiosas: Navidad y Pascua de Resurrección. Al final de las ceremonias sacras solían interpretarse junto al altar algunas escenas de la vida de Jesús. Poco a poco van introduciéndose en ellas elementos profanos ajenos a la religión, convirtiéndose en verdaderas actuaciones teatrales que pasan a ofrecerse en los atrios de las iglesias. Finalmente los elementos profanos superan a los religiosos y el teatro se convierte en un espectáculo para el pueblo, representándose ya en las plazas públicas
Es muy probable que la actividad y la afición a las representaciones teatrales, a las comedias, que desde tiempo inmemorial se viene dando en nuestro pueblo, Jiménez de Jamuz, mantenida también en otros muchos lugares hasta tiempos no muy lejanos, provenga en parte de su cercanía a La Bañeza y de la imitación de las religiosas (autos, misterios, milagros o ejemplos) y de las profanas (farsas, juegos de escarnio o farándulas) que en esta villa, propiciadas por sus gremios y cofradías, ya se dieran desde la Edad Media, como sucedía el 16 de agosto de 1629, cuando en las fechas de las fiestas patronales el célebre comediante y autor de comedias Roque de Figueroa estaba con su compañía en la localidad, donde se contrataba para ir desde aquí a representar a Medina de Rioseco, una más de las muchas ambulantes que en ella recalaban a lo largo de aquellas centurias.
Hasta los finales del siglo XVIII las comedias se prohibieron durante muchos periodos, lo que había generado el abandono y el deterioro de algunos teatros o casas de comedias. Tampoco veía la Iglesia por entonces con buenos ojos la celebración de comedias en nuestros pueblos, que sus párrocos entendían como actos de disipación y desenfreno, como muestra la afirmación que el de Nogarejas pone en 1893 en boca de la condesa de Lerma, madre del duque de Uceda, señor de la jurisdicción de Castrocalbón y Nogarejas, de “preferir que la saquen muerta de las asistencias de una cocina, que del patio de las comedias…”.
Como reseñaban las publicaciones bañezanas y las provinciales, se daban veladas y funciones teatrales también en otros pueblos del contorno y de toda la provincia, pero en el nuestro llegaron a adquirir naturaleza de arraigada costumbre y carta de presencia imprescindible en las señaladas fechas de Santo Toribio y del domingo y el lunes de Pascua, en cuyas tardes se representaban las Comedias en la plaza mayor, improvisado foro presidido por un gran escenario previamente preparado y coronado por la enseña nacional que ondeaba en lo alto del más enhiesto chopo, cortado y traído para la ocasión de nuestros campos, testigo de los aplausos que el plantel de aficionados actores y actrices solía cosechar de las multitudes que desde la cercana villa y los pueblos comarcanos se desplazaban para presenciar los esperados dramas que allí se escenificaban. Alguna vez el drama sucedió fuera de las tablas, como cuando en 1890 “se armó la gorda”: se representaba una comedia de capa y espada y recalaron por la plaza un grupo de bañezanos con ánimo de burlarse de los comediantes, así que los cómicos saltaron del tablado armas en ristre y se organizó allí la de tirios y troyanos, que terminó cuando los corridos visitantes hubieron de cruzar el río Jamuz despavoridos, y no por el puente de madera que entonces lo franqueaba.
De aquella representación en la Plaza Mayor (de la Constitución), que no se concluyó, y de los sucesos en ella desatados, en los que participó medio pueblo de Jiménez (y no lo hizo la Guardia
Civil desplazada para la ocasión porque un arriesgado jiminiego sujetó las riendas de sus caballos impidiéndoselo) tenemos además la versión del abogado bañezano Gaspar Julio Pérez Alonso (que firma Zascandíl; ambas versiones serían sin duda interesadas y parciales) en su sección “Carta de La Bañeza” del periódico leonés El Alcázar del 27 de abril de aquel año, según la cual “en el escenario, como en patíbulo, habrían ejecutado los actores al autor del comedión y lucido sus habilidades tanto de interpretación como de filología y las maravillas de su indumentaria (soldados romanos con fusiles modernos y vestidos como la caballería española, a cuyo cuerpo debieron de pertenecer los “melitares” que actuaban y del que conservaban los uniformes), y bajando del tablero un comediante comenzó a repartir cachetes y puñadas a diestro y siniestro, suspendiéndose la continuación de la comedia y viéndose acometidos los bañezanos, que a su vez acometieron dignamente dando y recibiendo estacazos y contribuyendo a la momentánea dispersión de los jiminiegos, que repuestos la emprendieron a pedradas, volando sillas y bancos y convirtiendo la plaza en un campo de batalla semejante al de Agramante. En fin, se armó un tiberio monumental. Y menos mal que la entrada fue gratis, aunque así y todo, seguro que si el autor ve en Jiménez su obra reniega de escribirla o empieza a sablazos contra los cómicos y los echa del tablero”.
Grupo de teatro aficionado de Santa María del Páramo. 1927
Durante los años transcurridos entre el final del siglo XIX y los inicios del XX se continuaron representando en nuestro pueblo mas “cumedias”, como decían los naturales del lugar (aunque a veces son dramáticas / y, no pocas sainetescas), en una tradición mantenida y realizada por gentes de aldea, cómicos que el arado dejaron / la tarde anterior, y vuelven / a la mañana siguiente / a encorvarse con la esteva, por bravos amigos del arte / a los que jamás arredra / representar cualquier obra, como dirá Nicolás Benavides Moro en el poema de igual título incluido en su libro de 1920 Por mi tierra de León, quien les recomienda que si alguien ríe vuestras frases / y vuestras obras comenta / con sorna, no le hagáis caso / y continuad con firmeza / la pintoresca costumbre / de representar “cumedias”, / que más vale que los hombres / se honren en estas empresas / que se estén degenerando / metidos en la taberna.
Por entonces, en mayo de 1916 desde el semanario bañezano La Crónica se clama contra las perjudiciales comedias pueblerinas y se pide a los maestros, sacerdotes y autoridades “que aconsejen y aún ordenen que se destierren las representadas en esos pueblos de Dios que toman el teatro como cartelón de coplas de ciegos y cuyos actores son gente inculta que no tratan más que de mostrar ellos como manejan el trabuco y llevan un cuchillo al cinto, y de salir a escena las mujeres con sombreros y cintajos ridículos, comediantes que cultivan obras tontas y fatales para su desgracia y que han de aprenderse de memoria párrafos kilométricos, a lo que han de dedicar varias
horas diarias que podían emplear para instruirse un poco, y así seguramente dejarían de darse las batallas campales que con frecuencia se vienen sucediendo entre los pueblos en los que esta clase de comedias y tragedias horripilantes se representan una o varias veces en el año, sin más argumentos ni razones que el puñal y la pistola y de tan funestos resultados para los comediantes, a los que inducen y empujan a cometerlas con amigos y paisanos sin más motivo que la incultura y porque son de otro pueblo sus enemigos”.
El 31 de enero de 1926 un grupo de diletantes, dirigidos por José Marcos de Segovia, pone en escena en el bañezano Teatro Seoanez (de su orquesta era director Odón Alonso González) no una sino dos obras, como era la costumbre de la época: la primera el drama en verso de José Zorrilla El puñal del godo, seguida de la comedia lírica La chicharra, cuya interpretación fue insuperable, estando magníficos todos, ellas y ellos, Herminio Berciano Castro, Ramón Santos Prada, Francisco Miranda y Alfredo Fernández Falagán (que actuaba con frecuencia en otros grupos teatrales) entre estos.
Al remate de los años veinte del pasado siglo en numerosos pueblos leoneses se representaban comedias en plazas públicas todavía al estilo del teatro en los tiempos de Juan del Encina y Lope de Rueda, sin descanso en los entreactos para espectadores ni actores, pues en ellos cantaba el coro, oculto entre arpilleras y colchas que oficiaban de decorados y telones. En las comedias de capa y espada, las de mayor aceptación, no pueden faltar los sables y pistolones que hagan rodar por el escenario muchas víctimas (“comedia sin sables y sin víctimas es comedia perdida”), por eso se representa el Tenorio con tanto éxito y en casi todas las aldeas, sorteando incluso las dificultades de aprenderse los papeles de quienes no saben leer a fuerza de leérselos en alto los que saben, desde meses antes, después de los trabajos cotidianos (y del rosario) en las noches de ensayo, dirá en su Vendimiario Menas Alonso Llamas.
El 11 de enero de 1933 el que era director de La Opinión, Antonio Alonso González, estrenaba en aquel mismo teatro su obra Flor del Valle, “comedia en tres actos y en prosa ambientada en el sabor de nuestra tierra y en los detalles de nuestro vivir”, representada por aficionados que tienen la laudable pretensión de instituir con la recaudación obtenida varios premios para los niños pobres de las escuelas gratuitas; mejor interpretada por las actrices (Pilar y Antonia Casado, Pilar Valderas -hija de Augusto-, Lola Martín y Raquel Madroñero), pero buenos ellos también (incluido el autor-actor, Baudilio y Gonzalo Fernández Pérez, José Olegario y Emilio Fernández González, Nicolás Moro y Julio Valderas). Contenía el programa de la velada teatral una Sinfonía antes del estreno de la obra, a la que seguía el gracioso monólogo Una cocinera, a cargo de una de las actrices; otra entonará después, acompañada a la guitarra, unas canciones argentinas, tras lo que “un grupo de bellísimas señoritas cantará algunos coros de conocidísimas revistas o zarzuelas”.
Unos días después Alfredo Fernández Falagán publica en aquel mismo semanario una autocrítica a su obra de teatro María-Antonia, “drama vulgar en tres actos, en prosa”. En breve se estrenará, se dice el 21 de enero, lo que se hizo el día 25 en el Teatro Pérez Alonso, con excelente interpretación de las señoritas Toral, Acebes, Ferrero y Cubero, y de los jóvenes González, Martín, Cabo, Flórez y Berciano, además del veterano señor Sierra (con mención honorífica; debía de tratarse de Gregorio, padre de Eugenio y de Tomás). Siguió a la pieza principal la puesta en escena del dúo de zarzuela de costumbres leonesas El gaitero, en la que se lucieron Susana Acebes y Sierra, “que aún conserva buena voz, buen oído y mucha vis cómica”.
El 4 de abril de 1934 un grupo de jóvenes aficionados bañezanos llevaba al escenario del Teatro Pérez Alonso la comedia en tres actos Mamá (atribuida a Gregorio Martínez Sierra, aunque escrita en realidad por su esposa María Lejárraga), cuya recaudación era a beneficio del Colegio de Huérfanos de Telégrafos, como harían el día 16 en el Teatro Coyanza de Valencia de Don Juan (donde por entonces ejerce de Notario el bañezano Emilio de Mata Alonso), en una representación admirable en la que fueron aplaudidos todos los intérpretes, celebrándose después un brillante baile en el Casino. En el mismo teatro se estrenaba el domingo 10 de junio el nuevo drama en tres actos
del bañezano Alfredo Fernández Falagán titulado Bibiana, llevado a escena por aficionados, y el 24 de julio la corporación bañezana da las gracias al presidente del Cuadro Artístico Ferroviario de La Bañeza por su invitación a la función teatral que celebrarán al día siguiente.
Aquel Cuadro Artístico invita a finales de abril de 1935 al consistorio (que lo agradece) a la velada de teatro que en el Pérez Alonso realizaba el día 30 a beneficio del Hospital de la Vera Cruz y de Don Juan de Mansilla de la ciudad, agradecimiento que también les hará llegar el 9 de mayo a sus componentes desde El Adelanto José Marcos de Segovia en nombre de la cofradía que lo administra, artistas a los que dedica muchos aplausos y traslada efusivas gracias por la entrega que a sus fondos han hecho de las 86,60 pesetas recaudadas.
Conocemos por lo que El Adelanto noticia el 8 de abril de 1950 qué obras se representaban por aquellas fechas en algunos pueblos del contorno bañezano: en Genestacio, las mocedades pondrán en escena El soldado de San Marcial, y el mismo drama se verá en Villoria de Órbigo; en Miñambres, Sangre gemela y El rorro; Huerga de Garaballes se deleitará con El lindo Don Diego; en San Cristóbal de la Polantera se llevará a las tablas Un lance de honor. Guzmán el Bueno en el sitio de Tarifa; en Valcabado y Brime de Sog, La vida es sueño; y el elenco artístico de Fuente Encalada pondrá en Castrocalbón (donde también “se preparaban obras de teatro y se daban recitales”), El jorobado o el juramento de Lagardere.
Representación de La muerte civil, en Jiménez de Jamuz
En lo que toca a Jiménez de Jamuz, en 1952 ó 1953 se representa el drama Flor de un día, y en 1956 se repite la obra Caín y Abel; en 1957 ó 1958 se escenificó Magdalena, la mujer adúltera, y en el primero de estos años se llevaron a la escena dos obras, La muerte civil, en cinco actos, como interpretación secundaria, y la que era pieza principal, Embrujamiento (prácticamente el mismo elenco actuaba en la una y en la otra), puesta en el Cine Zurrón (que fue antes Cine Villa Alija, competencia de las salas bañezanas y a cuyas a veces anticipadas sesiones peregrinaban gentes de la ciudad en el atestado y achacoso coche de línea del señor Domingo, el que hacía el recorrido a Camarzana), no sin que hubieran primero de enfrentarse a la intransigencia del párroco del pueblo, que tachaba la obra (un éxito sin precedentes, por otra parte) de inmoral. Escenificada en La Bañeza por invitación del ayuntamiento, se llevó a Miñambres, donde el cura los increpó de comunistas y les impidió actuar, volviendo los comediantes al domingo siguiente con el permiso de los responsables de Información y Turismo (que lo concedieron con la condición de que no se permitiera ser vista por los niños), representándola por fin con enorme afluencia de público no solo de Miñambres (donde el sacerdote se quedó solo a la hora del dominical rosario) sino de toda la
Valduerna, igualmente bien acogida en Valdesandinas, y no tanto en Regueras por la oposición que entre la gente del pueblo también el párroco sembrara.
Ya en 1960 se prepara la representación de nuevo de El cuchillo de plata, drama en cinco actos y un prólogo que se lleva en el pueblo al escenario de la Plaza (a rebosar de público) y con el que después se gana por unanimidad del jurado compuesto por el general Nicolás Benavides Moro, José Marcos de Segovia, Alfredo Fernández Falagán y Jesús Toral Pascua el primer premio del Concurso de Comedias que en las fiestas patronales se celebra en La Bañeza, compitiendo en la recoleta Plaza de los Cacharros con las obras de los grupos de aficionados de Palacios de la Valduerna, Moscas del Páramo –“célebre durante muchos años por mantener el noble deporte de los aluches o lucha leonesa”, dirá el primero de los jurados en su crónica de entonces en El Adelanto Bañezano- y San Martín de Torres (que participaron respectivamente con las obras Don Juan de Serrallonga y Don Álvaro o la fuerza del sino).
Aquel torneo triangular de teatro al aire libre, como lo calificará en la misma publicación Marcelo Toral Castro (que lo contrapone a los seriales radiofónicos del momento, “de chinchorrerías de hospicio teatralizado, marqueses desaprensivos y mecanógrafas libertinas con las que el pueblo llora”, y que clama por modificar con urgencia el gusto estético de las gentes) se repitió en 1961 en el patio del Colegio La Bañeza, y allí volvieron a triunfar los aficionados jiminiegos con el drama histórico El Cardenal, representado antes en la localidad en el frontón de Serafín Argüello, y cuyo buen hacer en las tablas mereció que a finales de agosto fueran visitados en ella por un grupo de teatro universitario madrileño de los patrocinados por el ministerio de Información y Turismo, después de que la compañía ofreciera al público bañezano tres representaciones de su repertorio, todas con tan aplaudido y caluroso éxito como el que allí cosechó la extraordinaria y gratuita con la que antes de su regreso a la capital obsequiaron sus miembros a este lugar de entregados comediantes, cuyas gentes, “regocijadas y gozosas” (dirá el cronista, el citado Jesús Toral Pascua, cuando en agosto de 2007 lo narre en El Adelanto Bañezano) correspondieron al generoso gesto de los cómicos invitándolos (haciendo tiempo hasta la hora de abrir el telón en el escenario de la Plaza) a presenciar la elaboración de la alfarería local y a merendar en una bodega acompañados por el grupo de actores aficionados de Jiménez, y en ella (“santuario del buen yantar y mejor beber”) el trasiego de viandas y vino de la tierra y los repetidos viajes a la cuba a punto estuvieron de entorpecer en algo el triunfo y los aplausos así y todo conseguidos, aunque obligado se les hizo a los intérpretes madrileños pernoctar en el pueblo aquella noche al amparo de la hospitalidad de sus vecinos, “pues también el conductor del autobús había caído en la trampa de la espita”. El grupo teatral universitario visitante se llamaba La Barca, y “tenía por objetivo fundamental desplazarse a cualquier ignorado pueblo y despertar la conciencia cultural a través del teatro, algo similar a la labor pedagógica que realizara La Barraca lorquiana”, de la que parecía ser trasunto, y de la que ahora, y de su filosofía y planteamientos y hasta del nombre con escaso disimulo, se apropiaba el mismo régimen que antaño había asesinado al poeta que era su alma mater.

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