martes, 21 de octubre de 2014

57.- Las Balestreras de la línea férrea Plasencia-Astorga y el progreso.-

La Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España había traído ya el 23 de agosto de 1863 el tren a León, y tres meses después, el 9 de noviembre, se inauguró oficialmente la estación del ferrocarril, un acontecimiento que marcaría el destino de la ciudad y la provincia después de que, apostando y jugándose mucho en ello, tres años antes se fundara El Esla (“Periódico de intereses materiales”, se subtitulaba, y de cuyas suscripciones en La Bañeza se ocupaba Teodoro Marcos), en cuyo primer número ya se hablaba de la necesidad de “luchar con todas nuestras fuerzas para arrancar de su letargo a nuestra desatendida provincia”, en pugna con Valladolid, donde se quería que el tren llegara a León por Medina de Rioseco y Mayorga de Campos y no desde Palencia y Sahagún, por donde estaba proyectado, idea por la que en la capital del Pisuerga se abogaba desde otro rotativo, La Unión Castellana, creado con el mismo objetivo. El camino había sido favorable hasta 1858 a las pretensiones leonesas con el decreto para la construcción de un ferrocarril de Palencia a Galicia pasando por León y Puente de Domingo Flórez, aunque después la financiación no llegara y el proyecto entrara en vía muerta hasta el 4 de agosto de 1860, en que, como diría aquella publicación, engalanada para la ocasión con grecas y gran alarde tipográfico, “se recibió en esta ciudad por telégrafo la noticia importantísima de haberse resuelto en el sentido que la ley y la conveniencia de consuno lo exigían la cuestión de nuestro ferrocarril”, cuyas vías desde Palencia y la estación se construyeron en un tiempo récord, si bien habrían de pasar casi 20 años para ver derribadas las barreras naturales del Manzanal y el Pajares y que el tren siguiera camino hasta Asturias y Galicia.
La línea de ferrocarril Plasencia-Astorga (por Béjar, Salamanca, Zamora y Benavente; finalizada en 1896; el 10 de julio de aquel año se inició la explotación del tramo Salamanca-Astorga, y veinte días antes llegaba el primer tren a Benavente) y la estación de La Bañeza fueron inauguradas en julio de 1898 (aunque todavía en 1914 no se habría rematado, según chanza que entonces se hacía desde el periódico mensual El Jaleo), lo que constituyó sin duda entonces el más importante acontecimiento en la vida de la que desde hacía poco era ciudad, y un gran empuje para su avance y el de sus comarcas. Hasta cien braceros trabajaban a finales de febrero de 1889 en el tramo cercano a Cebrones del Río, habiendo comenzado ya los trabajos entre la villa bañezana y Mestajas, y en agosto, a pesar de la lentitud de los contratistas de la vía,   se construía ya aquella terminal, caracterizada por el periódico liberal El Alcázar de chiribitil, dado su tamaño e ínfima categoría, no acorde a la industrial y comercial de la villa y a la de su mercado semanal, estando aún cerrada la trinchera de Santa Marina, cuyo desmonte y el de toda la explanada que daría cabida a la estación, andenes, playas de maniobra y cajas de vías, muelles y almacenes, e incluso a los accesos desde las calles y al mismo Jardinillo, debió de ser obra ingente en aquella época de últimos de siglo en la que no abundaban los medios necesarios para mover tal cantidad de tierras. En septiembre, a su inicio están ya terminadas las obras entre Astorga y Riego de la Vega, aún con el obstruccionismo de algunos propietarios, fundado un estribo del puente sobre el Órbigo en Cebrones, y dos fuera de aguas del paso bañezano sobre el Duerna, y a su fin, cuando la construcción trata de acelerarse, se entorpece por haber de destruirse y reedificar uno de aquellos dos pilares. En noviembre del mismo año la vía férrea intercepta todos los caminos vecinales de la villa que la unen con los lugares que la circundan, lo que perjudica enormemente a su mercado, pues solo hay un paso a nivel al sitio del cementerio, al que van a parar los de los pueblos y donde el terraplén está elevado y es estrecho, con difícil paso de carruajes, por lo que los vecinos piden su reforma (a principios de 1935 se insistirá a la compañía titular del trazado férreo por la construcción de un paso inferior bajo la vía).
Este trazado, impulsado por el ministro Pío Gullón, diputado por Astorga hasta que Sagasta lo nombró senador vitalicio, fue de los últimos que se construyeron con grandes aportaciones de los ayuntamientos por los que discurría, mediante la suscripción de acciones y obligaciones hipotecarias que aún hoy se pueden encontrar en los archivos de algunas diputaciones, y es previsible que algunas de ellas procedieran del ayuntamiento bañezano, que desde luego envió informe para la Memoria que en 1867 presentó al gobierno la Comisión Especial encargada de proponer el Plan General de Ferrocarriles, que también incluía un ramal Benavente-León, a cuyo proyecto se opuso el ministro maragato.
A finales de noviembre de 1893 se reunían capitalistas portugueses y españoles para garantizar a la compañía constructora, que iniciará en breve los trabajos (se decía en La Provincia). Los resultados negativos de su explotación por la "Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal y Oeste de España" obligarían al Estado, ya en 1927, a incautar las líneas, creándose así la "Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste" en 1928.

Draga construyendo en el río Esla los cimientos de un puente metálico del ferrocarril. Verano de 1896
 El ferrocarril (con sus locomotoras, a las que los campesinos de nuestra tierra llamaron durante años balestreras, porque arrastraban vagones con balastro cuando se construía la línea) había aparecido como símbolo del progreso, como el elemento dinamizador que la economía bañezana demandaba y precisaba, pero también como portador de artículos, textiles y otros, que venían a competir con los locales en precio y calidad. Su llegada al mismo corazón del lugar y el tejido productivo que en su entorno se desarrolló facilitaron una intensa actividad económica y comercial que posibilitó un muy importante crecimiento económico, y a su sombra, también artístico y cultural. Fabricas de harinas, ceras, chocolates, cuero, alcoholes, de carros y cubas, bodegas de vinos, etc., fueron extendiéndose por el espacio agrario existente entre el Barrio de Labradores y la estación, iniciando así la paulatina conversión de La Bañeza en ciudad también industrial y acrecentando el carácter comercial que desde antiguo ya tenía. Avances y mejoras como aquellos debieron de ser apetecidos también por la vecina villa de Santa María del Páramo, que aspiró a contar con estación de ferrocarril, cuyo emplazamiento en la localidad gestionaba en Madrid cerca de la Compañía del Norte su alcalde, Toribio Villalobos, en abril de 1904. 
Mucho debía el bienestar de aquellas mejoras, y deberían otras que vendrían (al decir de Vicente Fernández Alonso en el semanario Avance del 17 de septiembre de 1932), a los desvelos de un bañezano, Leopoldo de Mata Casado, alcalde por dos veces (de enero de 1906 a febrero de 1907, y de enero de 1916 a diciembre de 1917), que a contraviento de los rutinarios que le llamaban loco y despilfarrador promovió el gran acto social, audaz y salvador, del reparto de parcelas en el Arrote y con él la revolución económica generadora de riqueza en la ciudad, transformando aquella vasta pradera de tierra húmeda y negra casi improductiva (reflejo de lo que hasta entonces abundaba: labradores pobres, bestias flacas, campo raquítico y cementerio lleno de muertos jóvenes víctimas del paludismo del que las riberas del Órbigo eran foco) en la que infelices mujeres con caras trágicas de hambre y fiebre maceaban el lino mientras sus maridos tejían en horrendos telares semejantes a cepos de la inquisición en un vergel al que, aplicado el trabajo de los hijos de la tierra, se deben patatas, alubias, remolacha, casas nuevas y automóviles, y que el rostro triste y tímido del campesino tornara en alegre, limpio y vivo.


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