Los monarcas Alfonso XIII y Victoria Eugenia visitaban
León en 1927.
En menos de un cuarto
de siglo La Bañeza se había transformado: se edificaron más de setenta casas “a
la moderna”, cuando cuarenta o cincuenta años antes en la Plaza Mayor cantaban
las ranas en los charcos y las calles se llenaban de fango con montones de
barro en los que se jugaba al finchote (lodos
y barrizales se mantendrían aún por largos años). Ha aumentado la riqueza y mejorado
la vida, y lucen el nuevo reloj de tres esferas del ayuntamiento, los cafés, y
los comercios con toda clase de géneros, como la botica de Alberto de Mata, el
de la Fuente, o la confitería de Baudilio decorada en jaspe y bronce, de mejor
calidad los de tejidos que los lienzos caseros y las telas burdas hiladas por
los innumerables tejedores que eran su principal industria y que exponía antaño
la tienda de don Matías, la de mayor postín, hoy solo usadas para quilmas y cuyo mercado surte de sobra un
solo tejedor, la familia Mantecón, restos de una industria tan floreciente antes.
Las agradables
comodidades se han ido imponiendo: la luz eléctrica (que en parte se ha democratizado),
la calefacción por radiadores, el encerado higiénico de los pisos, los techos
rasos, los inodoros, las ollas-exprés, y otros muchos adelantos del hogar…;
claro que todo ello desde la óptica acomodada del bañezano Menas Alonso Llamas,
cuya familia ya se había permitido antes el nada abundante privilegio de que
aquél disfrutara de las clases particulares de idiomas que Monsieur Vión le impartía en su propio domicilio.
Con el bienestar y el
progreso de la ciudad contrasta la existencia en los pueblos comarcanos (como en la provincia y el país) de
supersticiones y creencias en sabios
y curanderos y de un mercado de cédulas contra brujas y demonios (incluso algún
ilustrado va en 1922 a la famosa sabia,
según El Sorbete del 21 de mayo de
aquel año). A las aldeas llega también ya la electricidad (no a todas), y los
jergones de muelle y las habitaciones tabladas a las casas, de tapial la
mayoría y encaladas en torno a los huecos de puertas y ventanas; se come mejor,
se vive con más holgura y menos trabajos que hace treinta o cuarenta años,
cuando los aldeanos desconocían casi por completo los lechos mullidos y se
alimentaban con patatas, nabos y tocino y con pan de centeno en hogazas amasadas
en casa y vino que solo bebían los padres, en viviendas sin ventilación ni luz,
con habitaciones de húmedo suelo, sin entarimar ni a veces empedrar, alumbradas
por candil y en las que dormían hacinadas personas y animales…; y esto por la Ribera;
en la Valdería y en el valle del Jamuz, a pesar de cogerse el mejor lino del
partido, las viviendas eran aún peores, las familias más entrampadas, y la
miseria más desastrosa (y por el estilo en el resto de la provincia).
Parece que empiezan
una nueva vida, después de que han vivido hasta ahora con una centuria o más de
retraso, pero las costumbres son aún las de hace siglos: bailes, romerías,
cánticos, rezos, bodas, rondas, muertes,… y las ideas. Todos creyentes,
cristianos observantes de los ritos y preceptos y obedientes al cura, y en un
alto porcentaje en estado salvaje, unos pueblos odiándose a los otros como kábilas, la mocedad acometiéndose
llevados del fanatismo y la incultura; analfabetos los más, la educación del
hogar (el trato paterno) desastrosa y bárbara, a base de mucho genio y mucho
palo, utensilio que falta en pocas casas y abunda en las escuelas y las
catequesis para educar según la máxima “la letra con sangre entra”, en unos
tiempos en los que había ya Sociedades Protectoras de Animales y se daban
Reales Órdenes para que los pinchos de las ijadas
no martirizasen a los bueyes.
Las consecuencias:
así educados, el fruto tenía que ser duro, doloroso, soez y bárbaro, embistiéndose
por cualquier insignificancia con toda clase de armas dando lugar a crímenes
monstruosos recogidos en los informes de la Audiencia, y eso que León figura a
la cola de las estadísticas de criminalidad, apartada la provincia de los odios
de las pasadas guerras civiles y menos sometida al hambre, aunque hubiera miseria.
También choca el incipiente progreso que se va abriendo paso con costumbres
como la antigua de fajar a las
criaturas, que causa en los niños enfermedades del pecho e indebido desarrollo,
o el escaso uso de los platos, a los que sustituye la comida en la común
tartera (exponía el erudito autor de Vendimiario).
En agosto de 1928 y 1929, con motivo de las fiestas patronales y
emulando tal vez a la Internacional de Barcelona e Iberoamericana de Sevilla
del segundo de los años, se realizaron en el ayuntamiento la Primera Exposición
Regional Bañezana, y en las aulas de la Escuela Villa la Segunda, muestras
generosas ambas de los productos industriales y agrícolas de la comarca y de su
elaboración, cultivo y manufacturado. En el mismo mes de 1929 se presentó en el
Teatro Seoanez la Masa Coral e Instrumental Bañezana (conjunción entonces de la
primitiva Masa Coral de 1923 y la pequeña Orquesta formada por algunos de sus
alumnos), dirigida por su creador, Odón Alonso González, cosechando con sus
interpretaciones un notable éxito, similar al obtenido el 28 de septiembre de
1930 en el Teatro Bembibre de la localidad berciana deleitando a su público con
diversas piezas musicales de intenso sabor bañezano. El 6 de octubre estaba
prevista la celebración de una novillada, que no tuvo lugar por no haber
ultimado el señor Trocedio Aragón Maroto, empresario de negocios cinematográficos
y del ruedo taurino (lo había sido también durante años del Teatro Municipal, y
era arrendatario del Seoanez), el contrato con el diestro ”Rodalito” (ya había
actuado aquí como novillero, “con lisonjero éxito”, los días 13 y 15 de agosto
de 1916) llegada la hora señalada; suspendida por ello la corrida e incautados
los ingresos de taquilla, se devolvió al público el importe de sus localidades
sin que se llegase a registrar desorden alguno, aunque creemos que por ello, y
por estafa, llegó a ser condenado por la justicia municipal en 1931 el empresario.
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