El maestro Álvaro López-Núñez Villabrille, uno de los
artífices del INP (era
hijo del bañezano Deogracias López Villabrille, procurador de los Tribunales).
Todavía en la España
de principios del siglo XX, cuando la esperanza de vida rondaba los 40 años, las
jornadas laborales eran de 60 horas, las enfermedades infecciosas hacían
estragos, y la protección social era la que el obrero con sus ahorros pudiera
dispensarse, un trabajador que enfermaba, envejecía o sufría cualquier
minusvalía ya sólo aspiraba a vivir de la caridad, a ser socorrido por la
beneficencia pública, o a quedar entregado a la miseria; cualquier contingencia
lo condenaba a la sopa boba sobrante
de los conventos o cuarteles. Y en la de los años 30 de aquel siglo, a los
obreros a jornal cuando llegaban a los cincuenta y tantos o a los sesenta años
y ya no podían trabajar no les quedaba más que sumarse a los que mendigaban un
trozo de pan desperdigados e intercambiándose por unos y otros pueblos, a ser
unos más de los muchos pobres de pedir que aún recorrían los de nuestra tierra
hasta bien avanzados los sesenta.
Muestra de aquella
situación que tantos y tantas padecieron había sido la del jornalero bañezano
Plácido Quiñones, imposibilitado de una pierna, que en octubre de 1891 se ve
obligado a dirigir un escrito a los regidores del ayuntamiento de la villa para
“alcanzar de sus dignos corazones que le concedan un palo de los que existen en
los planteles comunales para con él hacerse una pata de madera con la que poder
andar de un lado a otro, ya que no tiene recursos para comprarla”. Del estándar
de edades y de la longevidad en la época ilustra la noticia de 1906 del suicidio
en La Bañeza, “arrojándose a la presa de la Zaya, de la anciana Dominga
Domínguez Pérez, de 48 años de edad”.
En medio de tal
panorama, después de que en 1900 el gobierno conservador de Silvela aprobara la
Ley Dato de previsión social relativa a los accidentes de trabajo y en 1905 se
creara el Instituto de Reformas Sociales, fue el Instituto Nacional de
Previsión la primera entidad gestora de nuestros seguros sociales, para los
fines de "difundir e inculcar la previsión popular, especialmente la realizada
en forma de pensiones de retiro. El seguro abonaba la pensión de una peseta
diaria en contraprestación a una cuota patronal, también diaria, de diez
céntimos. Ello explica que el INP y sus sedes fueran conocidos en algunos lugares
por los nombres populares de aquella moneda, la perra gorda o el chavo,
denominaciones que han perdurado y que siguen aplicándose hoy a algunos de los
edificios de aquella institución.
El Instituto Nacional
de Previsión dependió del ministerio de la Gobernación, que lo desplegó
progresiva y lentamente desde las capitales de provincia al resto de los
territorios, y se extinguió en 1978 con el decreto que dio lugar a los Pactos
de La Moncloa. En La Bañeza se inaugura en 1947 su Agencia y Dispensario –era
también Centro Secundario de Higiene- en la calle Diagonal, nombrada del Doctor
Palanca desde febrero de aquel año.
Tiempo atrás, “las
pensiones contratadas libremente a favor de los trabajadores se constituían
mediante imposiciones únicas o periódicas, efectuadas por aquéllos o bien por
otras personas o entidades a su nombre”, y ello hizo que fuera importante la
labor que desde el socialismo político y sindical y el obrerismo se emprendió
para difundir y promover entre los asalariados el interés en adherirse a tal sistema
previsor y sus bondades, y aún para facilitarles el hacerlo y las aportaciones
de sus cuotas al Instituto. En los años veinte y treinta se ocuparon de hacer
tal desde las agrupaciones socialistas, las sociedades obreras, el sindicato
UGT y las Casas del Pueblo algunos militantes comprometidos constituidos en una
especie de agentes informales de seguros, colaboradores de la Institución y
favorecedores a la vez del aseguramiento de sus compañeros y vecinos, de los
que recogían las cotizaciones para ingresarlas en ella y a sus nombres.
En
nuestra tierra funcionó también en aquellos años iniciales de la mínima
seguridad social y del aún endeble Instituto Nacional de Previsión una
denominada “sociedad de la perra gorda”, que debió de contar con una informal
sede también en el Centro Obrero (Casa del Pueblo),
y de la que fueron promotores y mediadores o corresponsales los socialistas el
joven Primitivo Posada Ríos en Jiménez de Jamuz, y Lorenzo Cabo Valenciano en
La Bañeza, donde aparece en octubre de 1932 como agente de los Seguros Sociales
en la sucursal que aquí tenía la Caja Provincial Leonesa de Previsión (que
designaba delegados para los diferentes partidos judiciales). Uno y otro fueron
represaliados al triunfo del golpe de estado de 1936, con cárcel desde 1938 a
1944 el segundo (falleció un año después por las penurias padecidas en
presidio), y asesinado con paseo y desaparición
el primero (su familia fue también presa y duramente castigada). Creemos que
otros comisionados semejantes (tal vez subdelegados por encargo del
representante en el partido judicial) debieron de actuar de modo parecido en
otros pueblos de la comarca, posiblemente en relación con la Junta Colaboradora
del Retiro Obrero que existía al menos en su cabecera. Desde luego, a los
desvelos y al buen hacer en el pasado de estos abnegados socialistas debieron
después, en los años sesenta, la posibilidad de percibir entonces sus pensiones
de retiro numerosos trabajadores y trabajadoras de las pequeñas industrias
bañezanas de aquel anterior tiempo.
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