jueves, 30 de junio de 2016

Desayuno con…del asilo al geriatrico‏

Félix Asensio
El asilo, cómo se denominaba en los 60-70, era un lugar generalmente atendido por religiosas en los que se recogía a las personas ancianas sin familia o que teniéndola no podían o no querían cuidarles. Por entonces esta situación era más bien minoritaria. El sistema de funcionamiento era algo parecido a la beneficencia o caridad, en ambos casos lejos de una prestación regulada y asistida por las instituciones del momento. Lo más habitual era que nuestros mayores, abuel@s, convivieran y finalizaran sus días con la compañía de sus hijos y nietos, compartiendo achaques, historias y espacio.
Es difícil no recordar para aquellos a los que ya les blanquea el cabello o simplemente les brilla la cabellera, los imborrables momentos vividos junto a nuestros abuel@s. Aquellas tardes del duro y largo invierno leonés, junto al brasero, en la mesa camilla, tratando de aprender los secretos de la brisca o escuchando sus historias cargadas de penurias y años, incluida la guerra civil. Por entonces aún no había llegado Félix Rodríguez de la Fuente ni su fauna ibérica, pero algunos ya habíamos visionado con fantasía infantil las historias del lobo. Siempre próximo, siempre letal, al que nos parecía descubrir detrás de cada tapia apenas caía la sombra aliada de la noche. A los que nacimos y crecimos en los humildes barrios de nuestra ciudad, El Polvorín, Buenos Aires, El Convento o el mío, San Eusebio, entre otros, nos resultaba muy especial compartir el fresco de las noches veraniegas, sentados en el suelo escuchando historias de nuestros mayores. Mi recuerdo especial para una mujer, la Srª Pascual, que, no siendo mi abuela de sangre actuaba como si lo fuera. Mía y de los niños del entorno. Ella nos agrupaba en su puerta para hacernos felices con sus juegos y cuentos. Vivía sola, pero nunca lo estaba.
Unos años más tarde, dejando atrás la adolescencia, un incipiente grupo de teatro de nuestra ciudad, organizamos un viaje al asilo de la vecina Astorga. Autocares Turrado nos trasladaba gratuitamente. Gracias eternas. Queríamos representar una obra de teatro para los hombres y mujeres que allí habitaban. La obra: el medico a palos de Molière.Hacer brotar una sonrisa de los rostros de aquellas personas, surcados de amargura, era nuestro humilde objetivo. Ya en el interior visitamos y compartimos con ellos un poco de nuestra juventud y tiempo antes de iniciarse la representación. Por momentos creíamos que no podríamos actuar. El impacto emocional que nos produjo lo que allí vimos fue tremendo. A palos salimos doloridos y tristes, pero con un poco de retraso se pudo interpretar la obra en cuestión. En nuestro interior, el de cada uno, la obra estaba hecha. La huella permanece nítida e indeleble en mi memoria. A algun@s de los que compartís estos frugales desayunos quizá os venga el recuerdo de aquel momento.
Años después, en el 2006, visité a regañadientes un geriátrico de lujo en San Sebastián, donde ejercía su actividad profesional el mayor de mis hijos. Las instalaciones, los servicios, el personal al cuidado de los internos habían cambiado sobremanera. Pero, aunque por mor de la nomenclatura ya no se llamaba asilo, en la esencia a mí me lo seguía pareciendo. Había cambiado el continente, pero el contenido era el mismo. Nuestros mayores aparcados en instalaciones de lujo sí, pero seguía echando en falta la alegría en la mirada de aquellos ancianos que contemplaba.
Hoy en día, las instituciones públicas, destinan grandes cantidades de recursos a financiar estos centros, eufemísticamente llamados residencias de mayores. Grandes grupos económicos han penetrado en este segmento de mercado, en los que la prioridad es la rentabilidad económica, el beneficio al fin. Negocio que se nutre en un alto porcentaje de los impuestos de todos. Sin embargo, cada día más especialistas y expertos abogan por una atención domiciliaria, en el propio entorno del anciano, sin rupturas que ocasionan serias pérdidas de los valores cognitivos y graves problemas afectivos. En su propio hogar, con sus recuerdos y achaques, pero esperando el fin de sus días rodeado de sus propias vivencias.
Reconozco mi subjetividad al respecto. Para las instituciones, incluso desde un punto de vista estrictamente económico, y sobre todo para nuestros mayores, hacer lo posible para disminuir estos macro aparcamientos es un escenario al que no pueden renunciar. Desde el respeto absoluto a aquellas opiniones contrarias a mi teoría. Recuperar la esencia contemplada en la Ley de Dependencia dotándola de presupuesto adecuado, en una obligación moral de la sociedad y sus gobernantes. Dotar de recursos esta Ley, haría posible que muchos de nuestros mayores permanezcan en sus hogares, en sus pueblos en sus ciudades, contribuiría a generar una actividad económica micro en las propias localidades de origen. Incluso hasta permitirían con más asiduidad la visita de los familiares. Todo un bálsamo para sus heridas y achaques. ¿hay algo más curativo que la risa abierta de un nieto o sentir la palma de la mano de los hijos reposando sobre sus hombros cansados? Sentir el afecto de los suyos, cada día, es una de las mejores terapias que se pueden aplicar. Dejar resbalar la mirada sobre ellos cuando se van, con la paz de ánimo que supone saber que mañana volverán, calma el espíritu y aporta paz entre las cuatro paredes de su morada, su casa, la de su vida… Buenos días

ASILO ASTORGA ENERO 1973

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