Desde mediados de mayo de 1808 se notó en Astorga la presencia de
soldados españoles, prófugos y desertores en su mayoría, atendidos por la
población con solícito cuidado y animados a perseverar en la lucha de
liberación del invasor francés recién iniciada. En la ciudad maragata se
constituyó en junio la Junta de la que se invitó a formar parte a los pueblos
del contorno, a los que se alentó a prestar los alojamientos y bagajes
requeridos para sostener la resistencia, como los que suministraron desde el ayuntamiento
bañezano al Ejército de Galicia a su paso en julio de 1808 por la villa, “a la
bajada y a su vuelta al puerto de Manzanal y en los quince días que en ella
permaneció la Tercera División de aquellas tropas”, cuyo resarcimiento por “los
crecidos gastos de leña y aceite ocasionados para aprovisionarlas” reclamaban
sus autoridades (Francisco Lázaro Vélez, secretario municipal, entre ellas) en
octubre del mismo año a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, y
contra las que a su vez pleiteaba entre 1815 y 1819 Domingo de San Juan por los
4.226 reales que le debe el Concejo
de La Bañeza por las fanegas de trigo
que le llevaron de sus paneras para el suministro de las tropas francesas, un ejército
sin intendencia, que avanzaba por ello más rápido y que se mantenía con los
recursos del país conquistado, a cuya población arruinaba además de diezmarla.
Las cargas de sostener la guerra contra el ocupante napoleónico
recayeron en su mayor parte sobre los campesinos y los propietarios, sometidos
a los abusos de todos los contendientes, a los cuales fue preciso aprovisionar
por imperativo de las circunstancias, pues no hacerlo podía suponer la pena
capital para quien se negara. Los víveres, los acantonamientos de soldados, las
requisas y los suministros fueron continuos, junto a otros atropellos y
violencias. Como los obligados que se impusieron a la villa de Castrocalbón y
sus contornos “para sufragar los gastos de la guerra” a finales de febrero y
principios de marzo de 1809, en dos fases, de aprovisionar y remitir a los
almacenes de Astorga diversas cantidades (en fanegas, arrobas o libras) de
trigo, centeno, cebada, legumbres secas, carbón, arroz, paja, 30 bueyes, 60
carneros, y 300 carros de leña seca, o de los que se descubren ahora (en julio
de 2010) numerosos recibos fechados en 1810 y 1812, y evidentemente no
cobrados, del ejército francés en el pueblo de Vecilla de la Vega. Según los
comprobantes o talones fechados en Arrabalde el 24 de septiembre de 1809 y el
10 de enero de 1810, habría recibido “Alberto Fernández, empleado del ramo de
provisiones de la 3ª División, al mando del general don Francisco Ballesteros,
17 arrobas y 22 libras para el consumo de la tropa” en la primera fecha, y en
la segunda “el comandante en Jefe don
José Gamboa de Velasco y Gómez de la Vega, general en Jefe de la 4ª División,
recibió de la Justicia de San Esteban de Nogales, 10 varas de estopa que le
corresponden a este pueblo para la lucha contra los franceses”, a la vez que la
misma autoridad entregaba “al ejército de Astorga en su paso por este lugar en
auxilio y lucha con las tropas francesas 7 cargas y media de centeno”. También se descubrió en los años 20 del pasado siglo
(al parecer, y por lo que cuentan desde la actual dehesa de Hinojo) en las
proximidades del Puente Paulón el cadáver semimomificado de un hombre vestido
con el uniforme de oficial de Dragones del ejército francés, vestigio y
producto seguramente de alguna de las abundantes escaramuzas que por estas
tierras se libraron.
Por aquellos años, los de 1808 a 1812, la ruta Alija de los Melones-La
Bañeza-Astorga era un ir y venir de tropas españolas, inglesas y francesas. Tal
tráfico de gentes en armas necesitó abastecerse de alimentos y pertrechos, y
nuestras poblaciones fueron sometidas a medidas confiscatorias y esquilmadas
con frecuencia de sus granos y dineros y sus moradores de leña, alhajas y
animales, lo que causaba no poco temor, que hacía que, por ejemplo, en 1809 el
cura de Fuente Encalada enterrara en el suelo de la iglesia casi 30.000 reales
para que no se los apropiaran las tropas francesas (que fueron robados, pero
parece que no por los invasores sino por algún avispado feligrés). Todavía en
1846 desde Castrocalbón se reclamaba lo suministrado “en bienes raíces, efectos
y caballerías” (a las tropas españolas en este caso) en distintas épocas de
aquella guerra.
Se observa en el
dibujo el muro destinado a ampliación y que circundó después el cementerio
En el lugar de Jiménez de Jamuz se alojaron durante dos meses soldados
franceses de a caballo que obligaron a las autoridades a entregarles a ellos y
a sus “comisionados para buscar y rapiñar” tanto los de los particulares como
los de la iglesia parroquial. Después, llegada la paz, el párroco de aquella
iglesia “que no era la más necesitada” al decir de los vecinos que recurren en
1817 ante el obispado de Astorga, pretendió que aquéllos y el Concejo le abonasen los cereales y el
metálico requisados antaño por las tropas, para ampliar con ellos el templo
parroquial. Les perdonó la diócesis un tercio de aquella deuda (impuesta y de
terceros) a cambio del acarreo de los materiales para la obra que agrandaría la
iglesia del pueblo, iniciada en el invierno de 1818 con la cimentación que iba
a sustentar el nuevo y mayor templo cuya construcción se proseguiría en años
venideros, lo que no sucedió luego, de modo que, reducidos los destinados a ser
nuevos cimientos a muro circundante de la vieja iglesia, se rellenó años
después aquel recinto (en 1836-1837) para fijar en él definitivamente el
cementerio parroquial después del decreto que en 1832 y para aminorar la mortandad
causada por el cólera prohibió seguir enterrando en las iglesias y demás
recintos sacros (y que originó el nacimiento de las nuevas necrópolis
extramuros de aquellos), el camposanto que estuvo en uso hasta 1932 y que en
1936 sería objeto de litigio con las autoridades municipales republicanas a
cuenta de su deplorable estado.
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