jueves, 3 de enero de 2013

Dos Transportistas de antaño

José Cruz Cabo
En los años cuarenta, cincuenta y sesenta, no existían apenas coches particulares y cuando viajábamos fuera de la ciudad, bien a León, a Camarzana o a la Cabrera, teníamos que hacerlo en autocares de línea, y para que pudieramos llevar o traer paquetes o bultos a nuestra ciudad, teníamos que hechar mano de los dos transportistas que con sus carretillos primero, y sus bicicletas con remolque después, nos llevaban a casa o a los coches de línea, la mercancia o los bultos que necesitábamos traer o llevar desde nuestra casa, a los coches de línea de Ramos, Beltrán o el del Señor Domingo. 
Estos eran dos, José Santiago Cabo, más conocido por “El Pavín” y Fortunato García Costales, más conocido por Fortu, ambos esperaban todos los coches de línea que venían o partían de la ciudad, para otros puntos de la provincia, y ambos eran unas personas atentas, serviciales y además no pedían una cantidad determinada por el transporte, la gente les daba el dinero a razón de su voluntad y ellos nunca protestaban ni pedían más. Al que más traté fue a José Santiago Cabo, porque era un joven que a penas había podido ir a la escuela, y para aprender a leer y escribir, todas las noches, iba a la academia de Acción Católica, que entonces llevaban mi tío Rafael Cabo y Don Alberto Gutiérrez, aquel juez que estuvo once años en nuestra ciudad, y al que tantos chavales preparó para que fueran algo en la vida y consiguieran ganar oposiciones para tener un trabajo fijo. Pepe “El Pavín”, como se le conocía en la ciudad, y nunca le pareció mal el apodo, consiguió en esta academia, gracias a mi tio Rafael, aprender a leer y escribir. Era forofo del Real Madrid y socio de la peña en aquellos años cincuenta, más de una vez estuve junto a él en un partido del Madrid o en una de las comidas que hacía la peña por el aniversario y los títulos que ganaba entonces a mogollón, y fue el que me quitó el miedo a ser abstemio, ya que a él, como a mí, no nos gustaba el vino,  y con su trabajo de transportista, sin descanso, consiguió crear una familia y con el tiempo su hija Mercedes, entró de compañera mía en Gráficas Nino, a través de la Joyería, que Nino Cabo fundó en la Plaza Mayor, esquina con la calle del Reloj. José Santiago era una persona humilde, servicial, atenta, y nunca le vi enfadado o resentido con la vida, solo se dedicó a trabajar y sacar a su familia adelante, y lo hizo hasta que Dios se lo llevó.
En cuanto a Fortunato García Costales, que se casó con una bañezana, pero él era asturiano de Avilés, trabajó muchísimo, tanto con el carretillo primero, como después con la bicicleta y el remolque, sacó adelante una familia numerosa, de muchos hijos, nunca se le vió hacer un mal gesto por una mala propina, y su forma de ser era tranquila y hasta cuando le daban la propina por el trabajo realizado, siempre decía al recibirla “salgo ganando”, cuando a lo mejor la propina era pequeña. Tengo amistad con alguno de sus hijos e hijas y no lo traté tanto como a Pepe “El Pavín”, pues era mayor que nosotros, pero siempre lo encontré eficaz, activo, servicial y trabajador, cuando alguna vez tuve que pedirle que me llevara cosas a mi casa o al coche del Sr. Domingo, que iba a Santibáñez de Vidriales. Siempre amable, y cuando le daba la propina, me decía eso de “salgo ganando”. Es un recuerdo afectuoso para dos personas sencillas y amables, que supieron cumplir con nuestra ciudad.
A lo mejor ahora no cree la gente esto, porque hay furgones para los repartos, tanto a nivel de ciudad, como en largas distancias, y los coches, cuando se trata de una familia, llevan con ellos lo necesario para el viaje, pero aquellos eran tiempos en que los desplazamientos  se hacían en burro o en carros, hasta los años treinta no comenzaron los coches de línea a funcionar, los viajes se hacían eternos, porque las carreteras eran malas y los coches de linea más lentos que los de hoy. Pero en los años cuarenta, cincuenta y casi los sesenta completos, apenas había coches y la gente tenía que hechar mano de carretillos, y las grandes mercancías que venían en tren, eran llevadas en carro hasta los establecimientos de la ciudad, y si era una mercancía pequeña, los comercios mandaban a los chicos de entonces, con el carretillo, bien a los coches de línea o bien a la estación a por la mercancía.     

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