martes, 10 de mayo de 2011

Manuel Cruz Pérez


José Cruz Cabo
Manuel Cruz Pérez, nació en Camas (Sevilla), y el año 1925 llegó a nuestra ciudad, como tonelero para la Tonelería que había iniciado en La Bañeza, el señor Emilio Perandones. Ya era viudo y un día se le ocurrió preguntar donde podía hacerse un traje y le dijeron que en la sastrería del Señor Pepe. Llegó a la casa, que hoy es el teatro, y encontró a una señorita fregando el portal y le preguntó si era esa la sastrería, Everilda Cabo Valenciano, que así se llamaba la señorita, le dijo que sí. Manolillo, como comenzaron a llamarle en la ciudad, pensó que esa señorita tenía que ser su mujer. Pasado el tiempo, la relación de Manuel y Everilda se fortaleció y un día del año de 1926, Everilda le dijo a Don Lucas Castrillo, párroco de El Salvador y compañero de estudios del sastre José Cabo Verde, que había que ir pidiendo los papeles de Manolo a Sevilla y Don Lucas le dijo, no te preocupes, ya sabemos que Manolillo es una buena persona. El domingo siguiente, cuando Everilda salió a peinar por las casas, le dijeron que le habían leído los proclamos. Se ponían a la puerta de la iglesia, y no lo creía porque no había sido pedida siquiera. Ella iba a misa a las Carmelitas. Como era verdad que los proclamos ya estaban iniciados, hubo que acelerar la boda y en noviembre de ese año, se convertían en marido y mujer. Manolillo cogió la costumbre, cuando vino a la ciudad, de cantar saetas al paso de las imágenes de Semana Santa, con esa preciosa voz y estilo típicamente andaluz. Manuel tenía 36 años y Everilda 33. Ellos siguieron con sus trabajos, y en abril de 1930 nací yo, en la hoy vía de la Plata. Hubo un paréntesis, y en el año 1931 me llevaron con ellos a Hervás, para volver en 1932, con objeto de dar a luz a mi hermano Manuel. Al poco tiempo mi padre era nombrado cabo de serenos y mi madre, una vez restablecida del parto de mi hermano, puso en la casa de la calle Padre Miguélez, donde vivíamos, una especie de colegio para niños de 2 a seis años, ya que hasta los seis no se podía entrar en la escuela. Los domingos por la mañana peinaba por las casas. La primera vez que le oí cantar las saetas a mi padre, fue en el balcón de la casa de Padre Miguélez, donde hoy está la Librería Arlequín, que nos sacó mi madre envueltos en mantas al balcón, yo tenía cuatro años y cuando terminó de cantar a la Virgen de la Soledad, de Jesús Nazareno, hoy la imagen de Fina Luna, mi hermano Manolo no se pudo contener y dijo “Viva mi papá”. Luego ya salíamos hasta la Plaza Mayor, o la calle del Reloj, o a la plaza Obispo Alcolea, para oir cantar a mi padre las saetas. Concretamente las monjas Carmelitas le pidieron que cantara en la Plaza Obispo Alcolea, para poder oirlo, y cantó en la casa que hace esquina con la calle de Conrado Blanco, donde tenía la zapatería Agapito Toral, el que fue marido de la carnavalera Celia Amigo. También en verano salíamos a la Plaza Mayor para oir cantar a los serenos, que lo hacían en el centro de la Plaza y se llenaba de gente para oirles cantar el inicio de la guardia. En 1938, en febrero, moría mi madre Everilda de una pulmonía y estuvimos casi dos años fuera de La Bañeza. Mi padre en agosto del 38 marchó de tonelero a Puerto de Bejar y nosotros terminamos en Sevilla con mi tía Eugenia y su hija Isabel, que habían venido desde Sevilla para cuidar a su hermano y sus dos sobrinos. En septiembre de 1940, mi padre volvió para La Bañeza, de tonelero para Pausílipo, que acababa de poner una tonelería en la hoy Avenida de la Plata. En noviembre se casó por tercera vez, con Pilar Cortés Prieto y poco antes de las Navidades de ese año, nos trajo a mi hermano y a mí desde Sevilla para La Bañeza. Manolillo siguió cantando las saetas hasta el año 1945, en que vinieron unos familiares del Señor Santiago Vidales, también andaluces, y también sabían cantar saetas, aunque en otro estilo, pero a mi padre le picaron con que los había contratado la cofradía de Jesús y se hinchó a cantar saetas hasta el punto de que más de una vez le dejaron con la saeta en la boca, mientras el paso se alejaba. Al año siguiente, Don Angel le dijo que las saetas se habían acabado, mi padre ya no tenía dentadura y la voz no le salía como antes y sus saetas dejaron de oirse en la ciudad. Nuestro gran poeta, Don Nicolás Benavides Moro, General Benavides, le hizo una poesía para su libro de poemas “Momentos”. En septiembre del año de 1967, Manolillo reposó para siempre en su tierra bañezana de acogida, después de cuarenta y seis años viviendo y trabajando en ella.

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