domingo, 12 de diciembre de 2010

Don José Víctor Rodríguez Blanco

por José Cruz Cabo

Don José Víctor, como se le llamaba en la ciudad, donde ejerció de coadjutor de la parroquia de El Salvador, fue un sacerdote muy de los de aquella época, porque le gustaba la partida de dominó, no solía dar sermones, pero le apasionaba el rastreo genealógico de las personas y su mayor ilusión, después de la misa, era sentarse en su oficina del registro parroquial, y rastrear apellidos de gente que le mandaban buscar a sus parientes anteriores, a través del tiempo.
Me contaba muchas cosas, en nuestras conversaciones de varios años en la oficina parroquial, cuando yo iba a que Don Francisco Viloria me diera el indicador religioso, primero para la “Hojita Parroquial” y luego para “El Adelanto”. Si Don Francisco estaba ocupado, yo pasaba a la oficina donde estaba Don José Víctor, al que en La Bañeza se le conoció siempre por Don José, “Cabeza Cacahuet”, dado su peculiar forma de cabeza muy alargada, y este sacerdote bonachón y simpático, me contaba muchas de las cosas que le pasaron, sobre todo recién venido, en los años veinte para aquí.
-Yo llegué a La Bañeza un sábado por la noche y me hospedé en el entonces Hotel Magín, que luego sería Hotel Madrid, donde él estuvo siempre hospedado, hasta que se jubiló y marchó a la residencia sacerdotal de Astorga. Al día siguiente por la mañana, cuando salgo del hotel, veo a un grupo de señoritas, hoy abuelas, que miraban para mí y se reían, cuando llegué a su altura, les digo: “Así que riéndoos del nuevo coadjutor, muy bonito", y las jóvenes se pusieron muy coloradas y avergonzadas y yo les contesté: "Pues si mi cabeza la tuvierais vosotras, el que me reiría sería yo” y entré en la iglesia. "Después a todas ellas les tuve y me tuvieron mucho afecto".
Un día entro en la oficina parroquial, y me dice Don José, tengo un disgusto tremendo, pues se murió el Papa, era Pio XII. Le digo, "bueno es verdad, pero ya nombrará otro la iglesia", y me dice: “No es por eso, es que llevo unas noches preocupado, sin dormir, por si se les ocurre hacerme a mi papa, qué clase de mitra tendrían que hacerme".
Era una persona que le gustaba mucho la broma y, del primero que se reía era de él. Solía jugar la partida todos los días del año, al dominó, en el café Royal y sus compañeros eran Don Gonzalo de Mata, el farmaceutico, Don Benigno Isla, el ferretero, y mi tío Rafael Cabo, el de la imprenta. Cuando le ahorcaban el seis doble decía, “Este para el tejadillo de la Tuta”, una señora que tenía una casa de una sola planta, con el tejado muy bajo. Un día un famoso monaguillo, de los años cuarenta, Felipe de la Patrona Gutiérrez Fernández, en vez de cederle el paso a Don José al entrar en la sacristía, entró Felipe primero, se tiró al suelo, y cuando Don José, le preguntó qué le pasaba, Felipe dice muy serio, "estoy buscando su propina que se me cayó”. Los curas en aquella época, solían dar cinco o diez céntimos, a los monaguillos que les ayudaban, don José generalmente, no daba nada, pero esta vez le contestó. “Hombre Felipe, has tenido mucha gracia, así que toma una peseta”, y desde ese día siempre le daba la propina al ayudarle a misa.
Sus sermones se limitaban, cuando estaba diciendo misa, a volverse de cara a los feligreses, finalizado el lavatorio de manos y decía: “mientras continua el santo sacrificio de la Misa, les ruego recen un padre nuestro a San José, por el fomento de las vocaciones, una salve a la Virgen María y un credo en profesión de nuestra fe”. Le digo yo un día,"sus sermones son los mejores", y me dice muy serio: "El día que canté misa en Puebla de Sanabria, de donde él era, había costumbre de que durante el rosario el nuevo sacerdote subiera al púlpito y diera las gracias al pueblo por su acompañamiento. Yo subí, pero fui incapaz de abrir la boca, y tuve que bajar sin poder decir nada, y avergonzado, y nunca he vuelto a subir a un púlpito ni hablar en público”. Cuando se jubilaba me dijo, “fíjate, fuí sietemesino, todos decían que me moría y me tuvieron entre algodones y mira la cantidad de guerra que he dado y los años que he vivido".
Otro de los dichos de Don José Víctor, que dio la vuelta a la ciudad, fue una tarde, que llevaba dos horas y media confesando niños y niñas y se acercó al final a la confitería de Vicente Viloria y le dice: “Vicente, sácame unos dulces, porque estoy de mierda y chúpame en el culo, hasta la coronilla”. Cuando murió en el año 1943, el párroco de entonces, Don Lucas Castrillo, le tocaba quedar de cura ecónomo de la parroquia de El Salvador, a Don José Víctor, hasta que el obispo decidiese, pero éste le dijo a Don Angel Riesco, “Mira Angel, es mejor que seas tu que tienes más capacidad y más don de gentes que yo, el que dirija la parroquia", lo que hizo Don Angel hasta el año 1947, que el Obispo Mérida Pérez se lo llevó de Vicario General y para La Bañeza vino al poco tiempo, Don Francisco Viloria, de tan grata memoria. Don José fue un sacerdote para mí inolvidable.

No hay comentarios: